Me acusan los tibios, los equidistantes, los inmaculados que todo lo juzgan desde su olímpico paraiso de la objetividad, los hipersensibles y los emboscados disfrazados de prójimos --todo tipo de espanto purista habita en esa viña de los horrores -- de hacer del morbo un espectáculo, de mentir y manipular. Cada uno de ellos tendra sus razones, que pueden variar desde la desinformación hasta el prurito del centrista apasionado por la medianía, el pseudointelectualismo del diletante secretamente iletrado, la extrema sensiblería del acomodado que a la sombra del poder medra y la callada identificación con los autores de los crímenes que sufrió nuestro país y nuestras gentes desde hace 80 y hasta hace 40 años. Me he sentido tentado de dejarme arrastrar a una polémica estéril (¿qué sentido tiene debatir con los apóstoles del "pasar página", con los acusadores de revanchismo, con paracuellistas y con defensores de la Iglesia mártir por Dios y por España? Así pues, he decidido que otros infinitamente más cualificados que yo para ello tomen la palabra en el nombre de millones de represaliados, exiliados, torturados, presos y asesinados para acallar las bocas de tantos fariseos y también en el nombre de este pobrecito hablador. Qué se haga presente entonces la Verdad, que se expresen los hechos, que declaren los damnificados, que testimonien las víctimas para mostrar a hipócritas y a cínicos que allá donde ellos ven morbo, sólo hay el relato y la visión gráfica de la Injusticia, el terror y la muerte fascista:
"Me esposaron y me
condujeron a una de las comisarías más siniestras de Madrid en la calle
de Almagro nº 39. Era un edificio espacioso, con diversos plantas y un
sótano dónde estaban situadas las cámaras de interrogatorio y tortura. Recuerdo que nada más ingresar en aquel antro encontré a un grupo de
detenidos mirando por las ventanas, en un silencio que impresionaba. Me
asomé y vi una escena escalofriante: un hombre que se había
lanzado al patio y que se desangraba destrozado en el suelo. Se trataba
del doctor Recatero, jefe de Sanidad del ejército de Levante,
que prefirió suicidarse antes que seguir soportando el suplicio al que
diariamente le sometían. Ésa fue la inquietante bienvenida que recibí al
llegar aquel centro de terror".
"Me alojaron en otra sala y el
espectáculo era como un atroz antecedente del que acababa de presenciar. La mayoría de los prisioneros estaban tumbados
boca abajo, no podían apoyar sus espaldas contra el suelo, las tenían
desgarradas a causa de las torturas y gemía de dolor al intentar
moverse. Comprendí lo que me esperaba. En este centro, que hacía las
veces de comisaría, encontré a muchos compañeros que fueron detenidos en
el puerto de Alicante. No era extraño, pues en aquella ratonera, el
último territorio republicano, se reunió y fue atrapado el mayor
contingente de cuadros políticos y militares de la República y miles de
ellos fueron torturados, condenados a muerte a la pena de muerte y
fusilados. Entre otros recuerdos a Eduardo Guzmán que fue director del
periódico anarquista Castilla Libre [...] también estaba Navarro Ballesteros,
director del periódico comunista Mundo Obrero, que sería fusilado en mayo
de 1940 [...]. En una sesión de tortura los enfrentaron a los
dos y se mofaron de ellos intentando que el anarquista se comieron
un ejemplar del Mundo Obrero y Navarro Ballesteros otro de Castilla Libre".
"Por la izquierda, Amós y Montilla de IR, Julián Zugazagoitia,
Cruz Salido, Rivas Cherif, Melchor Rodríguez y David Antona. Zugazaoitia y Cruz Salido fueron fusilados contra las tapias del
Cementerio del Este en 1940. Rivas Cherif y Melchor Rodríguez
conservaron la vida y salieron al cabo de años. David Antona fue
condenado a muerte, pero consiguió un indulto tiempo después". Con posterioridad fue trasladado a la Prisión Central de Valdenoceda (Burgos) a cumplir pena. Fuente del texto entrecomillado y de la imagen: Sociedad Benéfica de
Historiadores Aficionados y Creadores. sbhac.net
"Observé y viví las escenas más crueles. Una mañana llegaron dos
policías a por un detenido para someterlo a una nueva sesión de tortura.
Le llamaron por su nombre y no respondió, seguía tumbado como
indiferente a todo. Los policías se acercaron y le dieron una patada".
--"Levántate cabrón".
"Pensaban que se hacía el enfermo para liberarse del
interrogatorio y la emprendieron con él a golpes frenéticos en los
costados y en la cabeza".
--"Arriba cabrón-- repetían mientras le pateaban".
"Un
detenido se incorporó con gestos de dolor y les dijo":
--"Por piedad,
no le golpeen más, ha muerto esta madrugada".
"En ese lugar yo fui también bárbaramente torturado con los procedimientos más vejatorios y
despiadados. Uno consistía en meterte un gran embudo en la boca y echar
agua hasta que te sentías morir con una sensación de ahogo. Otro,
colocarte una máscara de gas, con los conductos de oxigenación cerrados,
hasta que era imposible soportar la angustia de la asfixia y caías al
suelo sin conocimiento. Con estas técnicas atroces trataban de que
firmases declaraciones que ellos habían confeccionado y que dieras
nombres de otros compañeros responsables. Si hacías una señal con la
mano era que estabas dispuesto a firmar, pero la mayoría aguantabamos
hasta desvanecernos".
"Además las corrientes eléctricas, las cuñas de
madera entre las uñas puntos... pero lo más utilizaban era el apaleamiento frenético y repetido con fustas y vergajos de toro hasta dejarte macerado
todo el cuerpo y seguir después, día tras día, golpeando sobre las llagas.
Estuve casi un mes sufriendo toda clase de sevicias. Prácticamente me
destrozaron. Todo lo hacían con la mayor impunidad, sin guardar las
formas, orgullosos de su odio, como si estuvieran aplicando una justicia
divina."
¿Concederán alguna credibilidad los equidistantes y los emboscados a estas palabras en primera persona de un represaliado? ¿O negarán cualquier fiabilidad a este testimonio, similar a los padecimientos que refieren miles de víctimas supervivientes? Pues quien lo narra no es otro que Marcos Ana, Fernando Macarro, y lo hace en su libro "Decidme como es un árbol. Memorias de la prisión y la vida", Umbriel Editores, colección Tabla Rasa.
Marcos Ana. Fuente: marcos-ana.blogspot.com/
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