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sábado, 27 de junio de 2015

Jugar al fútbol para no ser asesinado: La Memoria al servicio de la Justicia. Día 178

Como en los campos nazis, quienes en las cárceles franquistas articulaban los raquíticos aparatos de las organizaciones clandestinas de presos también ambicionaban el acceso de sus miembros a destinos y oficios varios en el interior de los centros. Eran trabajos específicos y casi exclusivos que gozaban de un cierto aunque dispar grado de confianza entre las autoridades penitenciarias franquistas. Directores, jefes, guardias y sacerdotes tenían bajo sus órdenes a presos republicanos que hacían las veces de monaguillos, coreutas, actores de teatro, pinches de cocina, sanitarios, músicos de la banda... De los oficios, los más codiciados entre los reclusos eran los de cocinero y pinche. El cocinar y servir el rancho para los demás aumentaba en algo las posibilidades de supervivencia del preso, por el alimento que pudiera ingerir subrepticiamente. Además, los prisioneros destinados entre fogones, con cierta facilidad podían sisar, y de hecho sisaban, cantidades pequeñas pero apreciables de pan y otros víveres, para hacerlos llegar a los comités de resistencia de cara a su reparto a los más necesitados. Pero los furtivos comités de los partidos ponían sobre todo sus esperanzas en los escribientes. Favorecían que los más afines fueran los elegidos como presos oficinistas. Y desde los despachos, los prisioneros accedían a información que no estaba al alcance de los demás. Escuchaban el parte radiofónico y leían los papeles periódicos para seguir la evolución de los frentes en la Segunda Guerra Mundial, atendían la correspondencia, recibían y gestionaban oficios y completaban expedientes penitenciarios con avales y testimonios. En numerosas ocasiones y poniendo en peligro su frágil presente y su incierto futuro, destruían documentos y cartas acusatorias que incriminaban gravísimamente a compañeros a los que a buen seguro las delaciones les hubieran ocasionado mayores penas o la muerte.

También el fútbol era algo más que una distracción en las carceles franquistas. Ocasionalmente y con varias semanas de antelación a fechas señaladas como el día de La Merced, patrona de los presos, el día de Reyes o las fiestas patronales de la ciudad en la que estaba radicado el centro penitenciario, los directores organizaban campeonatos internos y permitían que los futbolistas salieran con mayor frecuencia que los demás presos a los patios para entrenar y que recibieran raciones extras del exiguo rancho para atender la exigencia física que provocaba el deporte. Guarda "Todos los Rostros" entre sus páginas muchas fotografías de estos encuentros "deportivos".

En los campos de exterminio nazi, y Mauthausen fue un ejemplo de esta práctica, los feroces guardianes creaban equipos compuestos por prisioneros de la misma nacionalidad para que compitieran con los formados por naturales de otros países. Pruritos personales, orgullos desmedidos, apuestas encubiertas..., los motivos de los nazis podían ser muchos. También los deportados españoles en aquel campo de concentración austriaco tuvieron una selección del país, del mismo país que los había declarado apátridas y liquidables. Uno de los prisioneros del equipo español fue el burgalés Saturnino Navazo. Navazo era "futbolista profesional, jugó en los años 30 en la Segunda División española como centrocampista del Deportivo Nacional, el tercer equipo de Madrid y se había alistado en el Ejército Republicano. Al finalizar la guerra se refugia en Francia [...] hasta que cae prisionero de los nazis, que lo deportan" a Mauthausen. Al llegar al campo, Navazo es inmediatamente reconocido por propios y algún que otro extraño y se le encomienda la organización de torneos y la selección del equipo de españoles. Además, aprovecha esa posicion de privilegio para ser nombrado kappo del barracón y trabajar en las cocinas, mondando patatas y hurtando peladuras y alimentos que repartía entre los compañeros de la barraca.


 De pie y a la derecha, Saturnino Navazo con el equipo de españoles de Mauthausen

A la izquierda y con gorra, Saturnino Navazo, en 1945, justo tras la liberación del campo de Mauthausen. Junto a él, el niño judio Siegfried Meir, al que salvó la vida.

Saturnino Navazo salvó su vida, y también la de muchos de las personas a las que protegió, entre ellos la de un niño judio al que acogió. Su historia puede leerse en http://www.elbierzonoticias.com/frontend/bierzo/Goles-Entre-Las-Alambradas-De-Mauthausen-impn11393-vst306 . Mi homenaje para el superviviente Navazo y para tantos valientes que allí quedaron.