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sábado, 11 de julio de 2015

Fuga de San Cristóbal: 207 de los nuestros, acribillados a balazos, y 585 apresados para ser maltratados, torturados, vejados, golpeados, juzgados y 20, fusilados: La Memoria al servicio de la Justicia. Día 192

Han pasado 70 años. He tenido la suerte de vivir mucho desde entonces, pero aquel fue el mejor manjar que he probado en mi vida, el mejor. Un simple plato de sopa... ¡¡con fideos!! Cálido, espeso, sabroso. Sopa con fideos. Aún sueño con el gusto de aquella delicia. Fue en mayo de 1938, creo recordar que el 24, a los dos días de nuestra fuga del penal de San Cristóbal. Picó, comunista él como otros muchos compañeros del presidio, había logrado desarmar a Galán, el guardia que en ese momento se encontraba en la cocina. Amordazado y maniatado el carcelero, Picó le desposeyó de su uniforme y su defensa y se atavió con su vestimenta, aprovechando el subterfugio para hacerse uno por uno con otros guardias en distintas dependencias. Especulaban unos sobre que si rebelión había sido inicialmente ejecutada por 8 presos, mientras que otros alargaban la cifra hasta una veintena de conspiradores. No sé. A mi me gusta pensar que Picó fue el paladín, el héroe de aquella jornada de lucha, pero todos coinciden en que los impulsores redujeron a los guardianes a la hora del rancho y que les arrebataron los uniformes para atravesar el patio, acercarse a los centinelas que estaban en el rastrillo, tomar el cuerpo de guardia y armarse. Fue en ese momento cuando uno de los valientes comenzó a gritar: ""Podéis salir, camaradas, somos libres!", mientras que otro llamaba a la fuga y marcaba el destino "¡A Francia, a Francia!". Y entonces, de a poco, o de muchos en muchos, salimos corriendo buscando el valle y las montañas. Aunque no todos, pues a pesar de ser unos 2.500 los republicanos presos en San Cristóbal, no llegamos al millar los que optamos por marcharnos.

Fuerte Prisión de San Cristóbal. Monte de Ezkaba. Pamplona. Fuente: menudaeslahistoria.com

¿Que por qué lo hicimos? Sencillo. En aquel mayo del 38 bastantes creíamos todavía en la victoria final de la República. Además, y aunque no conocíamos con exactitud como llegar a ella, sí sabíamos que teníamos la frontera francesa a 50 kilómetros. Alguna muga favorable y escondida encontraríamos para atravesarla. Pero la única razón de peso, el motivo fundamental del motín y la fuga era el hambre. HAMBRE. Los fascistas nos estaban matando de hambre. Literalmente. En San Cristóbal, en Ezkaba tal y como la conocen los naturales del país, estábamos 2.500 republicanos prisioneros, 2.500 cadáveres ambulantes destrozados, famélicos, que arrastraban los pies por entre las siniestras mazmorras del castillo, 2.500 hombres dignos que  ya estaban muertos, pero que veían aplazada su expiración súbita al convertirla sus torturadores en una lenta agonía. Sí, lenta, pero no perpetua pues cada mañana nos encontrábamos con tres, cuatro o más compañeros que no habían podido resistir, muertos de pura inanición. Tal era nuestra precariedad y nuestro desvalimiento que en los inviernos más duros teníamos que enterrar a los muertos entre la nieve, acumulándolos en pilas hasta que los camiones pudieran llegar a ellos para llevárselos. Pero nuestra hambre era tan horrible y acuciante que por aquel entonces supe, porque así me lo contaron quien lo vio, que más de un desesperado había penetrado subrepticiamente en el repleto cuarto obscuro que nuestros captores habían habilitado como depósito de cadáveres al lado de la enfermería, para arrancar e ingerir tajadas de carne a los cuerpos de los compañeros fallecidos. Hoy, siete décadas después, las gentes que habitan en las modernas ciudades y pueblos de España y que comen dos o tres veces al día creerán descabellado pensar que en un prisión franquista pudieron darse casos de antropofagia, pero yo estuve allí y aunque no dí ese siniestro paso truculento, nuestra desesperanza era tan grande que de habernos sentido aún más débiles, algunos hubiéramos acabado por sobrevivir de esa manera tan drástica y horrenda.

Fuerte Prisión de San Cristóbal. Monte de Ezkaba. Pamplona. Fuente: escapadarural.com

Y por eso, la mañana del 22 de mayo de 1938, más de un millar de presos escapamos a la carrera de San Cristóbal, en la fuga más masiva de la historia y quizás también en la más improvisada y peor preparada. Muchos iban descalzos, la mayoría no llevaban más que una camisa, nadie portaba víveres, sólo una veintena íbamos armados y todos desconocíamos qué hacer. Fue ese desconcierto derrotista tras la euforia inicial la razón por la cual unos 500 presos decidieron volver poco a poco a la prisión y refugiarse en sus celdas, antes de que el castillo fuera retomado por los soldados franquistas. Pero los demás, unos 800, preferíamos morir al raso de un tiro en la espalda, antes de seguir sufriendo tanta penalidad. Por eso, sólo corríamos y corríamos monte abajo como conejos asustados. Atrás, entre los muros de la tétrica fortaleza quedaban los que se sentían sin fuerzas, los incapacitados y los más temerosos, por sí mismos o porque las represalias pudieran llegar con prontitud a sus familias.

 Presos de la Nava de Asunción en San Cristóbal. Fuente: lanavadelaasuncion.galeon.com

Collage sobre presos de San Cristóbal. Fuente primaria de la imagen y autora de la misma: Hedy Herrero, administradora de la página FAMILIARES DE PRESOS FUERTE SAN CRISTÓBAL. Fuente secundaria de donde he capturado la imagen: transhistoria.blogspot.com.es.

Mas de repente, un guardián corneta que había conseguido escapar comenzó a dar el toque de alarma a pesar de que los compañeros quisieron abatirlo con sus fusiles, sin conseguirlo. Y así, la fuga que debiera haber quedado secreta hasta el relevo de la guardia a la mañana siguiente, fue rápidamente descubierta en el valle y en Pamplona. Y en Pamplona, en Navarra comenzó la caza del hombre. Algunos de los fugados más ingenuos fueron capturados en la estación de tren de la capital, comprando un billete para alejarse de allí en ferrocarril. Otros de los más despistados, en su errático vagar en busca del norte y de la raya con Francia cayeron prisioneros en Estella, a unos 60 kilómetros al suroeste de Ezkaba. Pero la gran mayoría sólo corríamos, sin rumbo fijo. De manera inmediata, perros, curas, mujeres con fusiles y boinas rojas, requetés, guardias civiles y soldados formaron las patrullas a la caza y captura de los fugados. Al caer la noche poblaron los franquistas la montaña con reflectores y comenzaron a aplicar sumarísimamente la ley de fugas. Ráfagas de metralleta, nutridos disparos de fusil y tiros de gracia rompían el silencio de la noche e informaban a los que aún permanecíamos huidos de la cercanía de nuestros perseguidores y de su letal eficacia. Muchos de los supervivientes, que salimos del penal en nutridos racimos pero que ya estábamos disgregados, preferimos escondernos de día entre las arboledas y caminar silenciosamente de noche siempre hacia el norte, pero en cada recodo nos esperaba una patrulla que las más de las veces nos disparaba entre la negrura, antes incluso de preguntar por nuestra identidad. No es de extrañar que con semejante proceder fuéramos apresados o liquidados con prontitud. 207 de los nuestros, acribillados a balazos, 207 valientes republicanos hambrientos, muertos. Y 585 fuimos aprehendidos vivos, aunque sólo para ser maltratados, torturados, vejados, golpeados, juzgados y una veintena, asesinados por un pelotón. Al mediodía del 25, dos de mis compañeros y yo, cansados de caminar arriesgadamente de noche y escondernos de día, llegamos a un pueblo con la claridad de la mañana sólo para ser descubiertos por una vecina, la cual alertó a las fuerzas para que vinieran en nuestra búsqueda. Pero apiadada de nosotros y de nuestro aspecto esquelético y febril, nos sirvió a cada uno el riquísimo  plato de sopa con fideos.
Rutas de fuga hacia Francia. Fuente: losfugadosdeezkaba1938.com

Muchos dicen que cuatro, pero la mayoría piensa que tres presos, sólo tres consiguieron llegar a Francia tras nueve días y diez noches de terrible fuga. De ellos tenemos la certeza de su identidad por el Cuaderno del Registro de la prisión: el minero y albañil Jovino Fernández González, de Santa Marina del Sil, municipio de Toreno (León); el músico segoviano José Marinero Sanz, que acabó por recalar para siempre en Mexico, y el jornalero Valentín Lorenzo Bajo, de Villar del Ciervo (Salamanca). Del cuarto nada sabemos. De ser real y existir, su nombre se ha perdido para siempre entre las nieblas de la Historia, incluso para los que algún día fuimos camaradas suyos en aquel matadero. Porque en 1938 no era otra cosa ese infecto lugar de muerte, y lo siguió siendo hasta 1945. En San Cristóbal, los asesinatos, las torturas, el hambre, los malos tratos y las enfermedades contraídas en la prisión nos aniquilaron sin piedad. Hoy sé que gracias al trabajo del investigador José María Jimeno Jurío y a los trabajos de las asociaciones de Familiares de Fusilados de Navarra y Txinparta, se ha podido hallar el cementerio que se construyó en 1940 en la ladera del propio monte, a 500 metros de distancia del Fuerte para enterrar allí a los muertos a causa del hambre y de las enfermedades contraídas en su estancia en esta prisión-fortaleza entre 1940 y 1945. Además, he leído que se han localizado los lugares de enterramiento de otros 203 compañeros muertos en la prisión y enterrados en 13 cementerios de la zona. Serían así 334 las tumbas de presos del Fuerte de las que conocemos su paradero, pero aún quedan por ubicar las fosas de dos grupos de asesinados, los llamados presos gubernativos de Navarra y sobre todo los 207 compañeros míos abatidos a tiros durante la fuga.


 Ficha de entrada de José Marinero en México. 1939. Fuente: losfugadosdeezkaba1938.com

 Jovino Fernández González. Fuente: losfugadosdeezkaba1938.com

Valentín Lorenzo. 1942. Fuente: losfugadosdeezkaba1938.com

En homenaje a ellos, nunca dejaré de narrar a quien quiera escucharme cómo conseguimos escapar de aquella cárcel de exterminio y cómo algunos lo lograron para siempre. Y también, ¿por qué no?, cómo mis dos compañeros y yo, cansados de caminar arriesgádamente de noche y escondernos de día, al media mañana del 25 llegamos a un pueblo cercano a la frontera, con la claridad del sol radiante sólo para ser descubiertos por una vecina, la cual alertó a las fuerzas para que vinieran en nuestra búsqueda. No le tengo odio, ni siento rencor alguno por ella. Al contrario, pues tras 70 años los resquemores desaparecieron, mis aristas emocionales se volvieron romas y de aquella bendita mujer sólo recuerdo su gesto ya que apiadada de nosotros y de nuestro aspecto esquelético y febril, nos sirvió a cada uno el más exquisito, celestial y excelso plato de sopa con fideos que hubieran saboreado nunca tres personas al borde de la muerte por hambre. Pura hambre.


Post scriptum: como autor de TODOS LOS ROSTROS, indagador en archivos ajenos y ya poco acostumbrado a la sorpresa, no quiero desaprovechar la ocasión comentar mi asombro y trasladaros mi encarecida recomendación  de lectura de la página http://losfugadosdeezkaba1938.com, obra (eso creo) de
Fermín Ezkieta Yaben. De su visión se desprende una enorme sensibilidad y también, muy especialmente, un concienzudo, experto y meritorio trabajo de investigación de años, quizás décadas, localizando datos personales, fotografías y archivos de todos y cada uno de los fugados. La identidad e imágenes de los tres que alcanzaron Francia procede de esa página. La relación de fugados, que puede consultarse en https://docs.google.com/gview?url=http://www.losfugadosdeezkaba1938.com/wp-content/uploads/Presos-fugados.pdf&chrome=true, también. Mis felicitaciones por tan excelente resultado.

viernes, 10 de julio de 2015

La mayor expresión de barbarie de los franquistas: 11 enfermeras, limpiadoras y cocineras asesinadas en Valdediós. La Memoria al servicio de la Justicia. Día 191

Nunca supo nadie su nombre y no existe ya quien sea capaz de rememorar los rasgos de su estampa, pues aquello ocurrió a finales de los años 60. No era un hombre en exceso mayor. Andaría por los 55, pero su aspecto era el de alguien terriblemente envejecido y pulverizado por la vida y por la historia. Venía sólo y no traía a nadie consigo. Pero ésto, aunque pareciera redundante no lo era, pues tan perturbado se le notaba en su deambular por el exterior de este Monasterio de Valdediós (Asturias), tan fuera de sí y tan perdido se manifestaba, que la razón quizás extraviada de aquel desgraciado parecía haber abandonado su espíritu tras mantener con sus recuerdos una cruenta contienda de la que salió derrotado. Vagaba por todo el recinto con paso lento, arrastrando los pies, casi acariciando con manos temblorosas los muros del Conventín anexo, aferrándose a los quicios de los portones del Monasterio con la desesperación de un náufrago asido a los restos destrozados de su vieja embarcación desbaratada.

Monasterio y Conventín de Valdediós (Asturias)

Una vez superado el vestíbulo del monasterio, bajo el dintel de la primera puerta que se abre entre los gruesos sillares de piedra para conducir al templo, el rostro del hombre se descompuso y desencajado preguntó a Anita, la encargada de mostrar el edificio a los turistas, por el camino para llegar a la Sala de Física. Desacostumbrada era la petición del hombre, casi disparatada pues no entraba la visión de esa Sala en el circuito para visitantes, pero tan desesperada parecía su requerimiento y tan atormentadas las facciones de su rostro, que Anita lo condujo hasta la estancia. Y allí, el hombre se derrumbó y con llanto apenas contenido, contó aquel desgraciado que nunca olvidaría las pavorosas escenas de horror que allí se vio forzado a contemplar. Violaciones, abusos de todo tipo, crueldades sin cuento, atropellos desmedidos y furiosos excesos mezclados con el desenfreno del alcohol y la despreocupada certeza de que los crímenes quedarían siempre sin castigo.

Explicó entonces que él fue uno de aquellos soldados navarros del IV Batallón de Montaña Arapiles nº 7 de la 6ª Brigada Navarra carlista, desplazado a Asturias para luchar contra las fuerzas republicanas y romper el cerco que los leales impusieron a la ciudad de Oviedo. Y contó que desbandadas las unidades republicanas, la 6ª Brigada se asentó a todo lo largo y ancho de la carretera que va de Oviedo a Villaviciosa, llegando los del Arapiles al Monasterio de Valdediós. Estaba mandado el batallón por el comandante de caballería Emilio Molina, hombre curtido en mil batallas y tan despiadado y sanguinario que el 19 de octubre de 1937 interpreta literalmente las punibles órdenes de su general Mola y ordena liquidar a bayonetazos a 70 republicanos tomados prisioneros entre Caravidales, La Guesal y Cereceda. Y son éstos asesinos los criminales soldados que al llegar tres días después, a las tres de la tarde del 22 de octubre a Valdediós se encuentran con el personal del Hospital Psiquiátrico ovetense de La Cadellada, que buscando resguardo había sido evacuado hasta el monasterio por las milicias leales, conjuntamente con muchos de sus enfermos. Médicos, enfermeras, mantenedores, cocineros y limpiadoras, todos, o casi, afiliados a sindicatos y colaboradores del Socorro Rojo.

Personal del Hospital de Valdediós Enero 1937. Con todas las reservas propias del caso, las personas identificadas serían: 1. desconocido; 2. Adela Alvarez; 3. desconocida; 4. desconocida; 5. E. Montoto; 6. desconocido; 7. Sagrario Estébanez; 8. desconocida; 9. Máximino Manuel González; 10. Lucía González; 11. Concha Moslares?; 12. desconocida; 13.  desconocido; 14. desconocido; 15. desconocido; 16. Antonio Piedrahita; 17. Urbano Menéndez; 18. desconocido; 19. Domingo González; 20. Gerardo Pérez. (Foto de Constantino Suarez tomada en Valdediós en Enero de 1937 que se conserva en el Archivo Municipal de Gijón). Fuente: http://elblogdeacebedo.blogspot.com.es

Muchos de los presentes en esta foto de Oviedo formaban parte del personal de Valdediós asesinado. Personal del Fuente: http://elblogdeacebedo.blogspot.com.es

Rosa Florez y u hija Luz Alvarez, ambas asesinadas. Fuente: www.sc.ehu.es
 Claudia Alonso Moyano, asesinada. Fuente: www.sc.ehu.es

Emilio Montoto, asesinado. Fuente: www.sc.ehu.es

Al atardecer, el cura castrense del Batallón invasor oficia una misa en el Monasterio a la que asisten los militares golpistas y a la que no falta por prudencia el amedrentado personal sanitario. Pero la paz está lejos de asentarse. A las pocas jornadas, cinco trabajadores del Hospital conocidos por haber participado en las algaradas de tres años antes, en octubre de 1934, son detenidos en el monasterio y enviados a la cárcel de Villaviciosa, para ser conducidos desde allí a la prisión del Coto de Gijón y juzgados en Consejo de Guerra por militares implacables que les condenan a terribles penas: a José Álvarez González, conductor del Hospital, a pena de muerte conmutada por perpetua; a Jesús Fuentes Merediz, enfermero, a tres años en prisión; a Fernando González Riancho, portero del Hospital, a 12 años de prisión; y a Gerardo Pérez Anía, peluquero del Hospital, y a Fernando Valledor Prieto, electricista, a sendas penas de muerte, siendo fusilados los dos el 16 de febrero de 1938.

Y el pánico se apodera de los profesionales sanitarios, los cuales a pesar de ser funcionarios no combatientes de la Sanidad local, se saben en peligro. La sospecha está asentada en el miedo ante las historias de letal represión que van dejando a modo de reguero de muerte los ocupantes armados del Batallón y la Brigada navarra a lo largo de todo Asturias. Y el día 27 de octubre la premonición se confirma. Cuentan quienes lo presencian, niños entonces, que a la mañana se presenta un hombre de negro en el monasterio con un papel en la mano, en el cual está anotada una relación de nombres y apellidos a los que hay que disciplinar y reprimir. La lista es leída y el personal afectado, identificado y apartado. Sabemos de todo ello porque un alférez del Batallón logra sacar de la lista el nombre de una enfermera prima suya, para alivio de su hijo de 11 años que desconsolado presencia todo para poder contarlo 70 años después. Pero al caer la noche, los militares se descontrolan. Fuerzan a las mujeres del Hopital a cocinar una macabra cena y a bailar contra su voluntad, y durante la cena sus instintos se desmandan en orgía de alcohol y abusos sexuales. En aquella Sala de Física del Monasterio los soldados franquistas golpean a las enfermeras y tras violarlas, las conducen a ellas y a varios hombres a rastras hasta un bosquecillo de castaños cercano, a escasos 200 metros del monasterio. Los gritos alertan al cura castrense, que lejos de paralizar la matanza, se presenta sólo para bendecir la barbarie y ofrecerse a confesar y dar los últimos auxilios a las víctimas. Y allí, en el bosque, les obligan a cavar varias fosas no demasiado profundas y los verdugos, los mismos que las han violado, las asesinan tirando profúsamente de fusil y las rematan con las mismas armas, reventando sus cráneos a balazos. Pero uno de los soldados, más sensible y quizás contrario al salvaje proceder de sus hermanos de armas, cae desmayado tras conducir a dos mujeres al martirio y presenciar su asesinato, junto con el de otras 9 mujeres más y otros 7 hombres. Ese es el mismo soldado, el mismo hombre cargado de culpas y remordimientos que se sincera con Anita a finales de los años 60 y a la que acompaña al bosquecillo para mostrarle la ubicación de la fosa . 

70 años después de aquella barbarie y gracias a este testimonio, saben los memorialistas locales y los deudos de los asesinados del paradero de una de las fosas. Pero la inconsciencia prolongada en la que cayó el soldado tras su desmayo no le permitió conocer la ubicación de las otras fosas. Sin embargo, existe constancia gracias al testimonio del entonces niño Antonio Lorenzo de que son unas 33 las personas fusiladas en el Monasterio.


Situación de la fosa de Valdediós. Fuente: http://elblogdeacebedo.blogspot.com.es

Situación de la fosa de Valdediós. Fuente: http://elblogdeacebedo.blogspot.com.es

Hoy, en 2015 la barbarie continúa. TODOS LOS ROSTROS http://todoslosrostros.blogspot.com es fiel notario de su impunidad. En Valdediós la Memoria sólo ha podido ser parcialmente recuperada. La Sociedad Cientifica Aranzadi, los voluntarios que con ella colaboraron y los memorialistas asturianos de Todos los Nombres Asturias lograron exhumar 17 cuerpos en el año 2003. 8 de ellos pertenecen con total certeza a las enfermeras Rosa Flórez Martínez y Oliva Fernández Valle; a los enfermeros Urbano Menéndez Amado, Emilio Montoto Suero y Antonio Piedrafita García, muerto éste último de un tiro en la espalda al ser abatido mientras intentaba fuga; a las limpiadoras Claudia Alonso Moyano y Soledad Arias Menéndez y a la ayudante de cocina Luz Álvarez Florez. Además, aquel día desaparecieron para siempre otras 13 personas, las cuales probablemente estuvieron enterradas en esta fosa o en otra de las cercanías aún por localizar. Eran las enfermeras Julita Menéndez Álvarez, María Teresa Martínez González, Marian Solís Tuya y Pilar Quirós Menéndez; los enfermeros David Cueva Rodríguez, Antonio González, Manuel Vallina Pérez, Antolín González López y Casimiro García Cores; la limpiadora Soledad Méndez Pello; la lavandera Felicidad Álvarez; la planchadora y costurera Consuelo Iglesias Fernández; y la cocinera Francisca Vázquez Canseco. Por último, a los investigadores y documentalistas les consta que existen otros trabajadores del Hospital de los que sin tener constancia documental de su asesinato aquel día, a partir de entonces nunca se tuvo jamás noticia, por lo que es muy probable que sus restos cadavéricos estén entre los que se hallen cuando pueda encontrarse la segunda fosa, de paradero ignoto.


Voluntario rescatando memorias en la fosa de Valdediós. Fuente: EL PAIS

 Distribucion de los cuerpos en la fosa. Fuente: www.sc.ehu.es


Distribucion de los cuerpos en la fosa. Fuente: www.sc.ehu.es
Distribucion de los cuerpos en la fosa. Fuente: www.sc.ehu.es
Alianza matrimonial encontrada junto a uno de los cuerpos. Fuente: www.sc.ehu.es

Abarcas encontradas junto a uno de los cuerpos. Fuente: www.sc.ehu.es
Prendedor de pelo encontrado junto a uno de los cuerpos. Aún conserva restos de cabellos de su portadora. Fuente: www.sc.ehu.es

Suelo redondear y rematar mi textos con frases más o menos afortunadas o con reflexiones que llaman a suscitar reacciones. Pero hoy no será así. Ya no tengo tanto estómago como lo tenía hace 8 años cuando comencé esta página de TODOS LOS ROSTROS. Mi corazón se resiente. Quizás algun@ piense que escribir es un ejercicio liberador de tensiones y rencores. Pero no es así. Hablar de muertes e intentar empatizar con el remordimiento que pudo sentirse uno de los asesinos es un proceso repugnante, tóxico y ponzoñoso.
 

jueves, 9 de julio de 2015

"Y mientras el tiempo se para, justo antes de morir, desboco mi corazón y lo lanzo sin freno hacia mi pueblo canario". La Sima de Jinámar: La Memoria al servicio de la Justicia. Día 190

Me doy cuenta de que toda mi vida conduce a este momento. A este instante postrero. Años de trabajos y privaciones; años de defensa a ultranza de la cultura popular canaria de mis compañeros de hoy y de mis ancestros guanches; años de aprendizaje, de entrenamientos y de esforzadas victorias. Y años de profundas e íntimas vivencias con las costumbres, las canciones y el habla del pueblo llano, el mismo al que los ricos de aquí y los godos venidos de allá consideran ordinario y vulgar. Y por esa identificación mía con el proletariado y por defender su sentir durante estos años de República, quieren los fachones estos matarme como a un perro. Saben que soy el mejor y más conocidos de los luchadores de la isla, el Pollo entre los pollos, el campeón de la lucha de Gran Canaria y para ablandar mi resistencia y acrecentar mi humillación, estos bárbaros me han dado duro. Horas y horas de terribles golpes en la cara, en el cuerpo, en las piernas y en los brazos. Me han tirado al suelo y me han apalizado a patadas y a golpes de vergajo. Saben que me han vencido. Y creen que me han derrotado, porque así se lo he hecho saber con mi gesto abatido, con mi palmaria actitud de cansado sometimiento y abandono. Pero parece que el azul mahón de las camisas que visten y el ilusorio poder del que les dotan las pistolas con las que nos amenazan les ha nublado el entendimiento. Y quizás se hayan dejado llevar también por el ansia apresurada de agradar al sádico asesino millonario Eufemiano Fuentes y a su sicario Sixto García, jefes de centuria falangista o como se llamen estas bestiales brigadas del "amanecer" de la muerte. Sin embargo, de mi memoria no se ha desvanecido el fresco recuerdo de las bárbaras torturas a las que estas alimañas sometieron hace pocos días a Castillo, al que colgaron salvajemente con dos ganchos de trinchar pescado metidos por las órbitas de sus ojos, o a Juan Moreno, al que arrancaron los intestinos después de abrirlo en canal.

Por eso sé cual es mi destino. Sé que voy al matadero, embrcado con una veintena de mis compañeros en la caja de un camión descubierto. Al no haber grilletes, nos han lazado las muñecas con alambres pero no han tomado la precaución de hacerlo con nuestras manos a la espalda. Y es entonces, con el cabeceo del frenazo al llegar al destino, cuando me doy cuenta de que hemos llegado ante la sima de Jinámar. A empellones nos bajan del camión y nos golpean con las armas mientras nos aproximan hacia la boca de la sima. Y a un paso del abismo, comienzan su matanza. A capricho: a unos les meten dos tiros de fusil en el pecho y empujan sus cadáveres a las inmensas profundidades volcánicas; a otros los conducen al mismo borde y les descargan un sólo tiro en la cabeza que les hace estallar el craneo y caer desmadejados por el oscuro precipicio. Y entre risas, insultos y carcajadas de desprecio, a mí me acercan hasta el filo del insondable agujero; tienen la certeza de haber aniquilado todas mis resistencias y confían en mi apática actitud ante la inminente muerte. Pero desconocen que el secreto de la lucha canaria reside en la añagaza y el engaño y la victoria nunca está en el luchador que ataca, sino en el que sabe a fuerza de cultivada intuición cuando aplicar las mañas para aprovechar la fuerza del contrario y convertir ese inútil impulso del enemigo en la llave de su derrota. Y así es; no quieren dispararme, no. Quieren vanagloriarse luego, de haber lanzado con sus propias manos al insondable agujero de Jinámar al Pollo Florido. Y así lo hacen. Pero en ese segundo eterno que dura la vida justo antes de perderla, en ese grandioso momento en el que un solo suspiro se transforma en el infinito, cuando ninguno de ellos lo espera, imagino el supremo terrero, comienzo la más deportiva y postuma de mis luchadas, agarro al falangista Palacios que personalmente me quiere dar muerte, le hago un "sacón de camisa" y me arrojo con él al vacío. Y mientras el tiempo se para, justo antes de morir, desboco mi corazón y lo lanzo sin freno hacia mi pueblo canario de hoy y del mañana, esperanzado en que mi mensaje de amor y sacrificio supremo no se desvanezcan entre la desmemoria interesada que mis verdugos sembrarán en las generaciones futuras.


Vista satelital de la sima de Jinámar. Fuente: vivoenjinamar.wordpress.com



Representación infográfica de la sima de Jinámar. Fuente: crucesgc.blogspot.com


Cruces critianas junto a la boca de la sima de Jinámar. Fuente:crucesgc.blogspot.com


Boca de la sima de Jinámar. Fuente: foro-ciudad punto com
Restos cadavéricos de una decena de republicanos asesinados al ser arrojados a la Sima de las Brujas, en Arucas, Gran Canaria. Fuente: arucasblog.blogspot.com

Post scriptum:  José Florido, vigente campeón de lucha canaria, fue asesinado en 1936 por los criminales golpistas en Jinámar. Antes de morir, arrastró en su caída hacia la muerte al falangista Vicente Palacios, obligando así a uno de sus verdugos a compartir su suerte. Como Florido, miles de grancanarios perdieron la vida por el golpe fascista. Al menos, mil fueron arrojados a la sima de Jinámar y a los acantilados, barrancos y pozos de Cardones, Tenoya, Guayadeque, Los Arenales, Las Lapas, Las Brujas, Malpaso, Tinoca o Marfea. Otros muchos, fueron maniatados, adentrados en el mar y tirados desde las bordas de las embarcaciones con pesas ensogadas a sus cuellos. Las familias de la gran mayoría de los asesinados nunca pudieron recuperar sus cuerpos. Nunca verdugo alguno de aquellos inocentes penó por su responsabilidad en las matanzas. Sólo, si acaso, el asesino Vicente Palacios, con el que José Florido, hombre a carta cabal, hizo la debida y necesaria Justicia.


 Escena de una agarrada exitosa durante una luchada típica canaria. Fuente: webdelanzarote.com

Característicos luchadors canarios, en esta ocasión lanzaroteños. Fuente: webdelanzarote.com

Addenda: la inspiración de esta historia surgió en mí tras la lectura del capítulo "Canarias" del libro "Las fosas de Franco", de Emilio Silva y Santiago Macías. RBA Editores. Gracias a los dos.

miércoles, 8 de julio de 2015

Pozos de Caudé: 1.000 asesinatos olvidados, 1.000 vidas truncadas por la brutalidad y la violencia. Pero en una libreta, un labrador anotó clandestinamente cada tiro de gracia: La Memoria al servicio de la Justicia. Día 189.

El hombre vivía en las afueras de Concud, un pueblo, poco más que una aldea modesta, integrada hoy en el municipio de Teruel. Pero en plena guerra tenía algo de vida y unos pocos habitantes más. Uno de ellos, un labrador menudo y bajo, callado y discreto. Pero observador, muy observador. Una noche cerrada de agosto del 1936 y entre el silencio, la quietud y las sombras, hacia la parte de la vieja venta ya desaparecida, en lo que se conocía como los pozos de Caudé situados junto a un descampado aledaño a lo que hoy es la carretera N-234 de Sagunto a Burgos, el labrador había escuchado atemorizado el insólito tronar del motor de un camión, seguido poco después por el sobresalto de una descarga cerrada de fusilería. Disparos aislados realizados a modo de tiro de gracia con un arma mucho más ligera, probablemente una pistola, pusieron el colofón a suceso tan insólito. Como un hecho casi anecdótico, el labrador, campesino constante y de buena memoria él, retuvo en su recuerdo el número aproximado de detonaciones escuchadas durante lo que creyó un episodio aislado, pero para su sorpresa el incidente volvió a repetirse la noche siguiente, remedando al pie de la letra el guión de la anterior. Y desde esa fecha, el acontecimiento excepcional se convirtió en pauta y norma, fielmente ajustada ésta a la misma amedrentante liturgia de muerte. Y del resultado de esa inequívoca pauta macabra, fue dejando el labrador rastro contable en una libreta escrita a lápiz. Día tras día, pistoletazo a pistoletazo, nuestro hombre fue anotando cada uno de los estampidos que servían a los asesinos para rematar los últimos estertores de agonía de los republicanos liquidados. 10, 11, 12..., 100, 300... Y así, un interminable rosario de muerte. Con el tiempo, supo el labrador que los falangistas locales, los franquistas y la guardia civil hacían razzias por toda la provincia de Teruel, arrestando a alcaldes, maestros, farmacéuticos, presidentes de agrupaciones de partido, dirigentes de círculos obreros, sindicalistas..., de Teruel capital, Santa Eulalia, Gea de Albarracín, Villarquemado, Concud, Caudé, Dos Torres, Las Cuevas y de muchos más lugares y que los arrestados, casi sin excepción, desaparecían para nunca más volver. Esta funesta ceremonia se vino reiterando hasta que cesó en diciembre de 1937, momento en que el aterrorizado labrador cerró su libreta y dio por concluida su mortífera contabilidad.

Y en sopor cayó la historia y la vivencia hasta que en 1982, más delgado y achaparrado, avejentado y renqueante, ya anciano el campesino se acercó a una de las familias que con cierta frecuencia se acercaban a la zona para depositar flores en el borde ruinoso del brocal de uno de los cegados pozos artesianos de Caudé de dos metros de diámetro, colmatado con 90 metros de trágico relleno. Y armándose de valor, se dirigió a los familiares para contarles que con paciencia y tremendo pavor, durante 1936 y 1937 había ido anotando cada tiro de gracia en su libreta. 1.005 tiros de gracia totalizaban sus apuntes. 1.005 muertes solo en Caudé. De ellos, cientos de mujeres asesinadas, algunas adolescentes menores de edad, como represalia por la fuga a los montes y al otro lado de las trincheras de sus maridos, padres o hermanos. De la mayoría de esos 1.000 muertos se desconoce la identidad. 1.000 desaparecidos, 1.000 historias, 1.000 promesas de futuro truncadas por la ignorancia, la brutalidad y la violencia. Por los ignorantes, los brutos, los violentos. Su barbarie llenó los pozos, a pesar de separar las remeses diarias de asesinados con cal viva que consumía la carne republicana inocente y fue menester que los cientos de cadáveres sobrantes anónimos fueran vergonzantemente inhumados en fosas anejas a los pozos. Hoy circulan breves relaciones en la que figuran las filiaciones de algunos de los desaparecidos. Una de ellas puede consultarse en http://www.nodo50.org/pozosdecaude/asesinados_pozos_caude.htm.Y 80 años después, a pesar del deliberado y beligerante olvido institucional, a pesar de las amenazas, los atentados y las profanaciones de los extremistas nazis, son los familiares, sindicatos y partidos políticos los que han rehabilitado el entorno del pozo, y homenajean con periodicidad la memoria reivindicada de los 1.000 hombres y mujeres turolenses allí exterminados.


El Pozo de Caudé, a principios de siglo. Fuente: afar2rep.org

 El Pozo de Caudé, a principios de siglo. Fuente: fusiladosdetorrellas.blogspot.com

 
Lápida en homenaje a una de las mujeres republicanas asesinadas en Caudé. Fuente: ahaztuak1936-1977.blogspot.com.es


La misma lápida, destrozada por los fascistas en el año 2006. Fuente: ahaztuak1936-1977.blogspot.com.es

Letrero señalizador colocado por los familiares en homenaje a los asesinados, tras ser víctima de un ataque nazi en el año 2006. Nótese la cruz gamada sobre el cartel. Fuente: flickr.com

 Estado actual de los pozos de Caudé, tras ser identificada y dignificada la zona. Fuente: arainfo.org

Estado actual de los pozos de Caudé, tras ser identificada y dignificada la zona. Fuente: diariodeteruel.es

martes, 7 de julio de 2015

En la postguerra, cuando nada se tiene, con cualquier trasto se juega; y si no lo hay, el cuerpo es el juguete: La Memoria al servicio de la Justicia. Día 188.

Esta sencilla historia me emociona por la inocencia de su protagonista, niño pobre de postguerra. Se la contó, ya de mayor, el antiguo niño Manuel Jimena a Carlos Elordi. El testimonio fue publicado en la obra de este escritor y periodista "Los años difíciles", Colección Punto de Lectura, Editorial Santillana. La he dividido en dos bloques, separados por fotografías. Leedla hasta el final. Un abrazo para tod@s.

"Este hecho sucedió el día de Reyes del año 1949, cuando me faltaba un mes para cumplir 9 años. Sólo quienes han vivido en aquellos años pueden comprender la emoción que unos niños llegaron a sentir al ver por primera vez en su vida un balón de reglamento. Yo vivía cerca de un barrio de gente bien. Mis amigos y yo éramos hijos de gente obrera más pobres que las ratas. Nos juntábamos a la recacha de una casa solitaria que estaba cerca del llano en donde jugábamos a la pelota. Ibamos llegando de uno en uno, todos iguales, tiritando de frío con las manos en los bolsillos y las caras mohinas. Todos preguntábamos "¿qué te han echado los Reyes" y todas las respuestas eran iguales, "nada, ni un triste caramelo". El de Reyes era para nosotros el día más triste del año. Cuando ya estábamos todos para jugar el partido con nuestra pelota de trapo tuvimos una aparición que para nosotros fue más que divina. Se trataba de un niño con un equipo completo de fútbol con sus botas de reglamento, con tacos de espay y debajo del brazo un balón que nosotros sólo habíamos visto en los cromos en los que aparecían los porteros agachados con su gorra y sus guantes apoyados en él. Todos al mismo tiempo nos fuimos hacia el niño diciendo: "Vamos a jugar", pero su respuesta fue un "no" tajante así que empezamos a hacerle la pelota, pero nada, que no había manera. Pero para nosotros estaba claro que teníamos que jugar con el balón, así que me acerque al niño por detrás, le di con mi puño al balón y éste saltó. Creo que no llegó a tocar el suelo, pues antes ya estábamos dándole patadas. Enseguida formamos dos equipos. El niño se fue llorando y nosotros estuvimos jugando toda la mañana hasta que el niño llegó acompañado de su padre. Allí se quedaron los 3, el niño, su padre y el balón. Nosotros desaparecimos. Ése fue el mejor día de Reyes de nuestras vidas".


 Porterías pintadas con un trozo de ladrillo y niños jugando en la calle. Fuente: colchonero.com

Niños jugando. Fuente: colchonero.com


 Sevilla, 1940. Niños jugando por las calles. Fuente: twicsy.com

 Niños jugando. Fuente: colchonero.com

 Niños jugando. Fuente: colchonero.com

Cuando nada se tiene, cualquier trasto es un juguete. Fuente: juegosyjuguetesdelaabuela.blogspot.com

Jugando al fútbol en el patio del colegio. Años 60. Fuente: latacitadecafe.blogspot com

"A mí, al poco, aquello se me olvidó, pero unos cuantos días después mis padres recibieron una carta del Tribunal Tutelar de Menores en la que se les decía que uno de ellos había de presentarse allí conmigo. "¿Se puede saber qué has hecho para tener que ir a un sitio así?", me preguntaba mi madre. Yo no era consciente de haber hecho nada malo, pero cuando llegamos al Tribunal y vi que allí estaba el padre con el niño ya supe de qué iba la cosa. Primero entramos nosotros. Yo iba temblando. El juez me tranquilizó y me dijo: "cuéntamelo todo tal y como sucedió". Cuando lo hice, el juez añadió: "tiene que haber algo más, porque este hombre te acusa de haber amenazado de muerte a su hijo para quitarle el balón. ¿Eso es verdad?". "Lo que pasó ya se lo he contado", le contesté yo. Entonces el juez se quedó un momento callado mirándome y luego se dirigió a mi madre diciéndole: "Señora, llévese de aquí a este niño". Nunca volví a tener noticias de aquello, pero el miedo que pasé se me quedó grabado para siempre y si hoy escribo ésto es en homenaje a un juez justo y humano que tuve la suerte de encontrar en mi vida, porque yo el único crimen que cometí fue el de tener la osadía, y más en aquellos años, de quitarle por un rato el balón al hijo de un señorito".


En la postguerra y sin juguetes, el cuerpo es el juguete. Fuente: bielsa.com

Foto quizás de Robert Capa. Fuente: lafotografiaprohibida.wordpress com

1940. Niños en la calle. Foto de Hermes Pato. Fuente: agrega.juntadeandalucia.es

¿1933? Sevilla. Niños jugando en las ruinas, 1933. Foto de Henri Cartier Bresson. Fuente: memoriandofotografia.blogspot.com

 Foto de Juan Dolcet. Niños jugando en la plaza. 1978. Fuente: photokamerawork.com

Niños vecinos de la calle del Ventorrillo (Madrid). 1930. Fuente: ABC

1940. Foto de Hermes Pato. Familia de mendigo se refugian de la lluvia bajo una estrecha cornisa. Fuente: caminandopormadrid.blogspot.com