Lo sabemos todo de los acontecimientos que acabaron por plasmarse en las imágenes. Cuándo se tomaron, quiénes fueron sus protagonistas, cuánto debieron sacrificar para someter a sus enemigos... En varios intentos sucesivos y pautados, seis soldados colaboraron con el fotógrafo para dramatizar el enarbolado coral de la enseña. Fechas después, tres de ellos murieron tras posar para la imagen. Otro fue herido gravemente. Y la fotografía impostada se convirtió en un símbolo imperecedero de la propaganda de guerra y de postguerra.
Curioso resulta entonces, más bien indignante, que sepamos tanto de aquellos soldados tan ajenos a nosotros y que apenas conozcamos nada de los cientos de miles de españoles que deambularon por Europa después de ser derrotados por las bestias fascistas. Muchos regresaron a España engañados por las falsarias promesas de perdón del sanguinario general Franco. Pero cientos de miles quedaron en Francia o marcharon al exilio de México, Venezuela, Argentina, Chile... Entre 30 y 50.000 engrosaron y lideraron la resistencia gala contra los hitlerianos. Decenas de miles fueron apresados por los nazis y unos 10.000, masacrados en sus campos de exterminio. Uno de ellos, Mauthausen. En esta instalación austriaca, los bárbaros torturaron, maltrataron, obligaron a los prisioneros a acarrear grandes piedras por los 186 peldaños de la escalera de la muerte y causaron la muerte de unos 8.000 hispanos. En las fotos, vemos algunas de las imágenes de la liberación, realizadas probablemente por el preso y fotógrafo español Francisco Boix. Son archiconocidas. Los prisioneros españoles reciben tumultuosamente a las tropas americanas y saludan su presencia con un pancarta que desvela su organización antifascista y su consistencia política; otros se hacen con armas para protegerse del posible retorno de sus terribles guardianes; otros regresan con camiones a Linz... Pero la imagen que más me inquieta es aquella en la que, como en Iwo Jima, un grupo de presos colabora colectivamente, en este caso para la demolición del aguila nazi que preside una de las puertas. A diferencia de los figurantes en el icono militarista americano, nada sabemos de los deportados que voluntariosamente derriban el aguilucho alemán, ellos, ni su nacionalidad aunue los intuimos españoles, ni sus vicisitudes hasta sobrevivir para ver aquel día, ni su destino final. ¿De cuántos de los supervivientes y de los asesinados perdió la Historia por siempre toda memoria y rastro?
Hoy, los americanos homenajean a sus marines con un masivo monumento conmemorativo de la histórica fotografía de Iwo Jima sito a las afuerzas del Cementerio Nacional de Arlington, en Virginia (USA). Nosotros, en esta egoista y desmemoriada España, nada queremos saber de nuestros mayores e incluso renegamos de sus vidas, de sus ejemplo y de sus ideas.
1 comentario:
Esa ausencia de memoria la estamos pagando bien cara...hay que volver a empezar desde abajo.
Salud y República
¡¡ HONOR PARA LOS QUE LA DEFENDIERON !!
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