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viernes, 24 de julio de 2015

"Nos fusilaron al amanecer, nos fusilaron mal [...] Apretaron el gatillo de sus fusiles y caímos unos sobre otros [...] Catorce saltos grotescos en aquel frío atardecer [...] Catorce madres esperando el regreso de catorce hijos". Miguel Gila: La Memoria al servicio de la Justicia. Día 205

Durante el conflicto bélico que provocaron en España los terroristas de azul, pardo, caqui o boina roja pertrechados de cruces, coronas, yugos y pesetas, fueron algunos los fusilados republicanos que pudieron sobrevivir a la primera descarga fascista y a la inspección ocular posterior, haciéndose pasar por muertos. Abundan las historias que narran sus terribles vicisitudes --muchos estaban gravemente heridos-- y sus esfuerzos por esconderse y pasar desapercibidos, malogrados las más de las veces por delaciones, registros y un (éste sí, ya letal) segundos fusilamientos. Pero unos pocos lograron llegar hasta nuestros días y narrar su atroz experiencia, agravada por espeluznantes internamientos en espantosos campos o prisiones. Uno de los supervivientes más significados y quizás más conocidos por su proyección en el mundo del espectáculo fue el cómico Miguel Gila. Aunque todos, o casi, conocemos con detalle este episodio de su vida, dejaré que nos hable otra vez desde donde se halle, pues su narración me sigue pareciendo trágica y aterradora, así pasen los años y la lea mil veces:

“Nos fusilaron al amanecer, nos fusilaron mal. El piquete de ejecución lo componían un grupo de moros con el estómago lleno de vino, la boca llena de gritos de júbilo y carcajadas, las manos apretando el cuello de las gallinas robadas con el ya mencionado “ábrete Sésamo” de los vencedores de batallas. El frío y la lluvia calaba los huesos. Y allí mismo, delante de un pequeño terraplén y sin la formalidad de un fusilamiento, sin esa voz de mando que grita: “¡Apunten! ¡Fuego!”, apretaron el gatillo de sus fusiles y caímos unos sobre otros. Catorce saltos grotescos en aquel frío atardecer del mes de diciembre. Las gallinas tuvieron poco tiempo para respirar, el que emplearon los del piquete de ejecución en apretar sus gatillos. Y sobre la tierra empapada por la lluvia nuestros cuerpos agotados de luchar día a día. [...] Catorce madres esperando el regreso de catorce hijos. No hubo tiro de gracia. Por mi cara corría la sangre de aquellos hombres jóvenes, ya con el miedo y el cansancio absorbidos por la muerte. Por las manos de los moros corría la sangre de las gallinas que acababan de degollar. Hasta mis oídos llegaban las carcajadas de los verdugos mezcladas con el gemido apagado de uno de los hombres abatidos. Ellos, los verdugos, bañaban su garganta con vino, la mía estaba seca por el terror. No puedo calcular el tiempo que permanecí inmóvil. Los moros, después de asar y comerse las gallinas, se fueron. Estaba amaneciendo”.
 

Una vez que los asesinos hubieron marchado, Miguel Gila pudo auxiliar a su compañero herido, el cabo Villegas, llevarlo a hombros hasta Hinojosa del Duque para que fuera atendido y seguidamente huir hacia Villanueva de Córdoba, donde fue apresado otra vez e integrado en una columna de prisioneros que marchaban custodiados por soldados moros hacia el campo de concentración de Valsequillo. Y el terror, enmarañado como ponzoñosa maleza en torno a su espíritu tras la mortífera siembra marroquí, volvió por sus fueros: "Si alguno, por debilidad, caía al suelo, los moros le disparaban y allí, en la cuneta de la carretera, amortajado por la lluvia, terminaba su sufrimiento".

Miguel Gila y su teléfono de guerra, dibujados según se interpreta en la grafía manuscrita por ¿Collado? Fuente: drsoler.com

Tenía 17 años y el corazón henchido de entusiasmo antifascista cuando Gila se alistó en el Quinto Regimiento, mintiendo sobre su edad para ayudar a frenar el golpe de Franco y la oligarquía. Después se integró en el “Regimiento Pasionaria” participando en acciones de guerra en Sigüenza, Navalcarnero, Talavera, Buitrago, Aravaca, Cuesta de las Perdices, Guadalajara, El Pardo. Con sus compañeros, Miguel participó en la última ofensiva de la República en el frente andaluz-extremeño de Valsequillo, Peñarroya y La Granjuela. Pero a pesar del empuje inicial, el Ejército Popular de la República no consiguió hacer avanzar en demasía el frente. En diciembre de 1938, Miguel Gila es capturado por los mercenarios magrebíes y “fusilado”. Mal fusilado. Miguel sobrevivió y con el tiempo y el esfuerzo de años, durante el franquismo triunfó en escenarios, películas y revistas. Pocos sabían de su martirio frustrado, pero todos captábamos en su humor negro y surrealista el atisbo de algo lúgubre y funesto. Y un día, en 1995, entre risas y lágrimas Miguel nos contó el porqué en su libro "Entonces nací yo" y descubrimos que Gila, el rojo Gila, era un muerto andante traumatizado para siempre por su muerte postergada y por asistir como protagonista indeseadamente privilegiado a la gran tragedia del Pueblo español.


 
Algunos datos biográficos y los tres chistes de Miguel Gila que reproduzco y que en su momento fueron publicados en "La Codorniz" han sido extraídos de la excelente página www.miguelgila.com. Otros datos los he entresacado de "Los esclavos del régimen" de Rafael Torres. RBA Editores. Pags. 41 y 42.