Agustín Centelles era un animal fotográfico, una Leica casi autónoma con un hombre casualmente pegado a ella, un cíclope con un sólo ojo polifémico, el de su insistente objetivo. Era algo más que el mejor Periodista Gráfico con mayúsculas de nuestra vieja España de aquel entonces, algo más que un implicado observador de la naturaleza humana, algo más que el notario más fiel de la convulsa actualidad. Centelles era lo que su mirada veía. No se mantenía al margen, participaba de lo que fotografiaba y se integraba emocionalmente en las terribles escenas que sus fotogramas perpetuaban. Ahí están. Los podemos ver por miles. Centelles los tomó para retratar la respuesta popular contra la sublevación del 18 de julio en las calles de Barcelona; para reflejar el espíritu combativo de las milicias catalanas que salían en columnas camino del frente de Aragón; para describir los combates en Teruel o en Belchite; para condolerse y emocionarse con las 200 víctimas de los bombardeos fascistas en Lérida; para ilustrar el éxodo republicano hacia Francia.
Como otros miles prisioneros más, Centelles fue internado primero en Argèles-sur-Mer y luego en Bram. Allí (véase la entrada que ayer dediqué al fotógrafo Antonio Agulló), Centelles plasmó las indignantes condiciones infrahumanas que sufrían los refugiados hispanos merced al maltrato dispensado a los derrotados por las autoridades galas en los campos de concentración que habilitaron para encerrar a los nuestros. Las fotos de Centelles, sus negativos de Barcelona y Aragón y los revelados clandestinamente en los campos, experimentaron mil vicisitudes pero ninguna más sobresaliente que la ocultación de la caja en la que guardaba 4.000 negativos de guerra y postguerra. Durante 40 años y para no perjudicar a los miles de resistentes antifranquitas que aparecían en sus imágenes, Agustín escamoteó a los franquistas la maleta y los negativos, ocultándolos en una casa de campesinos de Carcasona (Francia). Volvió Centelles a España en 1946, para ser detenido y más tarde quedar en libertad provisional. En 1950 fue nuevamente juzgado y en este caso condenado a 12 años de prisión, que cumplió de forma atenuada en su domicilio hasta 1956. Represaliado y sancionado por los franquistas, nunca pudo Centelles volver a trabajar como reportero gráfico pero a pesar de las presiones, mantuvo el secreto del paradero de su archivo. Sólo cuando casi transcurrió un año desde la muerte del sanguinario dictador Franco y cuando pareció que la posibilidad de un golpe militar involucionista se difuminaba, Centelles regresó a la casa de los campesinos franceses para recuperar de la mano del hijo de sus ya fallecidos custodios la caja con las viejas fotografías.
Un día de éstos, compartiré con vosotr@s una recopilación de la abundante obra de Centelles que gratuitamente se puede visualizar en la red, pero hoy traigo aquí una de las que más me impresionan. No son ruinas, no refleja combates, no aparecen víctimas de bombardeos. Es sólo la captura de un momento en el campo de concentración de Bram, el fogonazo visual de la vida de los derrotados, un sublime destello gráfico con el que vemos cómo a pesar de carecer de todo, o precisamente por no tener nada, ni siquiera un proyecto, ni una causa, ni vislumbrar la sombra de un horizonte, los republicanos experimentan un instante de paz bajo el agradecido calor de un tibio sol, a la espera de poder regresar para acabar con el fascismo que los expulsó de su tierra.