Finales de 1914, en suelo francés. Primer invierno de la primera Guerra Mundial, el más crudo vivido hasta entonces por un soldado en cualquier frente de guerra.
Falta menos de una semana para Nochebuena. El frío es espantoso, tanto como lo es el terror, la soledad y el desamparo que produce esta incomprensible guerra. Desde sus trincheras, los soldados alemanes comienzan a cantar el villancico "Stille Nacht! Heilige Nacht!" ('Noche de paz'). Sus enemigos británicos, que se encuentran al otro lado de la tierra de nadie, reconocen la melodía y también la corean en inglés. A continuación y como contrapartida, añaden los isleños su interpretación de "In the bleak Midwinter" ('En pleno sombrío invierno'), posiblemente el más triste y bello villancico que nunca se haya compuesto jamás. Fue la inglesa Christina Rossetti quien lo concibió en 1872.
Así decía su letra, en castellano:
A la mañana siguiente, emocionados soldados de ambos frentes abandonan sus trincheras, se acercan desarmados a las posiciones enemigas y de forma espontánea declaran de facto una tregua de Navidad, en contra de las órdenes de sus oficiales. Se abrazan, intercambian comida, tabaco, regalos y prisioneros, ofician ceremonias fúnebres conjuntas por los muertos e incluso juegan el futbol.
La tregua sólo dura unos pocos días, aunque pudo haber perdurado para siempre. Los militares de alta graduación amenazan a sus tropas, las obligan a permanecer en sus trincheras y consiguen que reanuden las hostilidades, pasado ya el día de Navidad. Y la guerra continuará cuatro años más. 14 millones de hombres murieron sólo en aquellas putrefactas trincheras del Frente Occidental francés, los mismos 14 millones que durante aquel instante quimérico, luminoso y fugaz de la hoy conocida como Tregua de Navidad de 1914 pudieron haber detenido aquella Gran Guerra, aquella a la que, espantados por la barbarie de sus élites dirigentes y por la inhumanidad de sus oficiales, los soldados franceses, británicos, alemanes, austriacos, húngaros, turcos y americanos, australianos e italianos quisieron llamar "La última de las guerras".
Dedicado a todos aquellos niños y niñas, ancianos, hombres y mujeres ucranianos, rusos, kachincles, rohinyas, birmanos, malienses, nigerianos, libios, sirios, mexicanos, yemeníes, trigrayanos, etíopes, somalíes, chadianos, iraquíes, afganos,... que todavía hoy, en diciembre de 2022, sufren y mueren en mil retaguardias y frentes bélicos, declarados o clandestinos. Que todas las guerras acaben ya, que las diferencias sean resueltas sólo con la palabra y que perezcan por siempre aquellos criminales que las alientan, que las emprenden y que ordenan ejecutarlas.