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lunes, 8 de junio de 2015

Eché de menos tu canto, tu voz, tu desconocido rostro y mi presentido amor por ti: La Memoria al servicio de la Justicia. Día 159

Dos años hace que no veo una mujer. La última, cuando los civiles me conducían esposado con alambres en las muñecas por entre las calles de mi ciudad. Alguna se entreveraba tras rejas y cortinajes y otras sin recato salían a contemplarme. Las había que guardaban misericorde silencio, pero unas pocas me sentenciaban con su severa mirada o con su verbo incontinente: "¡Rojo, malnacido!", gritaban. Y tras las voces y su intransigente condena, vino la ausencia. ¿Qué creías? ¿Que no las iba a echar de menos? Tengo 18 años. ¿Cómo no voy a hacerlo?

Me acusan de mil y una canalladas. Para los vencedores, soy un demonio más, como tantos miles de bárbaros marxistas que componemos las hordas que dicen combatir. Y por ello estoy pagando. He visto morir a decenas de amigos, he sentido la muerte de cientos de camaradas, he presenciado cómo cada noche se llevan a mis compañeros de celda y sobre todo, ante todo, he sentido, he vivido en carne propia, he muerto y he roto mi corazón y mi alma al ver cómo injustamente acaban con la vida de mi padre ante un pelotón de fusilamiento. Él, muerto, y yo, dentro entre rejas y casi en capilla. ¡Hijos de puta! Y sólo por ser "el hijo de", sólo por pensar distinto en el Instituto, sólo por dibujar o escribir como tú no te hubieras atrevido hace 80 años pero como hoy hubiera podido fluir de tí con naturalidad. Sólo por expresarme me condenan a veinte años. Suerte tengo, pues de entre mi grupo de 18 antifranquistas que juzgaron, soy el único que se libra. Los demás, todos, ya están muertos para cuando leas estas letras. Balacera y tiro de gracia.

Me mandaron a cumplir pena a Burgos, más allá incluso, a su norte más gélido, un penal de mala muerte, de hambre aviesa, de criminal frío, matador de hombres, puro exterminio de cuerpos y espíritus. Valdenoceda, le llaman. Allí habría de morir, me dicen. Llego como un niño, poco más que un adolescente. Y me encuentro con hombres valientes, desafiantes, irredentos y también con aquellos derrotados que lo han perdido todo, con antiguos combatientes hoy exhaustos, con abatidos y desanimados vencidos. De todo hay en la viña, habla el castellano viejo, pero de muerte y depresión hay mucho en aquel lugar de mala, muy mala muerte gracias a los matarifes que a nuestro pesar enseñorean sobre nuestros destinos. Y de allí, merced a una suicida actitud de rebeldía, me represalían luego deportándome al castigo de las Islas Canarias. De camino a la prisión provincial de Las Palmas, tras lúgubres noches y terribles presentimientos, nos hacen parar en cada ciudad y en cada pueblo. Y es cuando voy hacia el sur, en el mismo Burgos, cuando te escucho. Y te siento.

Es final de 1941. La prisión, de terrible fama, se me antoja letal. Su mortal reputación está justificada por las cientos de sacas y paseos que desde ella se organizan para liquidar a los nuestros. Cada noche, los gritos de los despiadados camisas azules y el falsario consuelo de los tonsurados agravan el dolor de los que saben que son conducidos irremisiblemente a la muerte. Y es entonces cuando comienza mi semana negra burgalesa. Los que acostumbramos a disfrazar nuestro infortunio con aparente optimismo afrontamos la adversidad con quiméricas alegrías. Pero en este matadero de Burgos no hay bálsamo para mi más prosaica realidad ni encuentro alivio en la imaginación. Hasta que te oigo. Y te escucho. Sigo sin verte. Y nunca lo haré. ¿Eras rubia o morena? ¿Del sur, quizás? Probablemente, por tu acento y tu gracejo. Tu voz me hace desvariar con delirantes ensoñaciones. A través del muro de la tapia que divide aquí en Burgos la prisión de hombres de la de mujeres, escucho tu lejano y apagado canto: "Mejor quisiera estar muerto, que verme pa toa la vía, en este penal del Puerto...", entonas casi premonitoriamente. Y tu timbre cálido, del sur, me obliga a fantasear con tu imaginado rostro. ¿Dónde estás, mujer desconocida, que hace dos años que no te veo? ¿Cómo son tus ojos, de qué color tus labios, cuán deslumbrante me sería tu sonrisa y tu rostro si pudiera asomarme al borde de tu mirada? Y durante una semana o casi, durante las seis tardes que permanezco secuestrado en Burgos por los ladrones de la Libertad a la espera de un siniestro tren, te oigo cantar y siento tu incontenible risa y presiento tu profunda pena, pareja a la mía.

Sólo la última tarde te eché de menos al no sentir tu voz y tu aliento, y tu ausencia fue mi pena, que seguro ignorabas. Muchos mirábamos por encima del muro, anhelando tu canción. Luego, ya encerrados en los vagones para ganado, de camino al sur, esposados de tres en tres con gruesos alambres y escoltados por amenazantes guardias  a la bayoneta, supimos de tu muerte a balazos, de tu tránsito forzado y del regreso de tu espíritu a la calidez del mediodía, huyendo de los inclementes bárbaros que nos robaron la vida y nos devolvieron a cambio su desalmada muerte. Y eché de menos tu canto, tu desconocido rostro y mi presentido amor por ti, idealizado, real pero nunca realizado.





Texto inspirado en las Memorias y nostálgicos comentarios del fallecido preso antifranquista Ernesto Sempere Villarrubia (1920-2005), veterano de las prisiones de Valdenoceda, Burgos, Las Palmas de Gran Canaria y muchas más. Video: canción "Carceleras del Puerto", interpretada por Imperio Argentina como fragmento de "Carmen, la de Triana", largometraje folclórico-patrio rodado en 1938 por el franquismo en la aliada Alemania, bajo producción, fotografía, montaje y escenografía de la industria propagandística nazi.