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sábado, 25 de julio de 2015

Del obscuro pozo de la desolación a veces puede rescatarnos un sólo gesto callado. Vitoria, invierno 1938: La Memoria al servicio de la Justicia. Día 206

La gran Historia se escribe en libros sesudos y se aloja en magnas enciclopedias. Sus páginas registran hechos, exploran causas probables y relacionan los orígenes con las consecuencias. Algunos ensayistas osan predecir tendencias, inferidas del pormenorizado análisis crítico de los acontecimientos, mientras que los historiadores exponen, calibran, cuantifican, pesan y miden y nos ofrecen una visión panorámica y de conjunto. Pero su percepción cenital de los eventos suele orillar a los individuos anónimos, a aquellos que no tienen decisiva participación en los anales, los ignorados por crónicas y relaciones. No mandan legiones, no firman armisticios, sus rostros no presiden portadas de tabloides y en sus nombres no se construyen pirámides. Pero cada una de sus vidas es una gota y la suma de todas conforma el irrefrenable río de la Vida. En ese río chapoteo yo. Y en el cenagal donde se remansa. Y tú. Sobreponiéndonos a la nada a la que se nos condena, rebelándonos a la inexorabilidad del destino que nos impone ser ínfimos atomos indistinguibles unos de otros, vamos subsistiendo mientras moldeamos la pequeña parcela temporal que nos ha tocado vivir. Y así, una infinitud de minúsculos fragmentos de vidas e historias personales jalonan la gran Historia. Muertes, nacimientos, bodas, enfermedades, un mediodía de invierno al sol, una francachela entre amigos, un viaje pleno de sorpresas, la risa de una niña, el susurro de un te quiero, la emoción que nos causa el madrugador canto del mirlo al amanecer... Parecen insignificantes en su transcendencia, pero son reveladores de nuestra verdadera naturaleza y nos muestran tal como somos, a veces muy a pesar del criterio predefinido de cronistas y literatos. Muchos nunca serán narrados y otros apenas leídos. Todos, en algún momento caerán en el olvido a pesar del empeño de unos pocos por impedirlo.

De ese empeño forma parte el "Memorial" escrito por el combatiente y luego prisionero jienense Juan Paredes Segura. Abunda en fechas, lugares, mayúsculas y sucedidos entre 1936 y 1939, pero no olvida compartir con el lector sentimientos y emociones. Contaba Juan su periplo por Castellón, Huesca, Teruel, Lérida, Gandesa... hasta ser hecho prisionero por los italianos en agosto de 1938. Penalidades sin límites sufrió y presenció en el campo de concentración de Miranda de Ebro (Burgos) y en la prisión de El Dueso (Cantabria), hasta ser trasladado a Vitoria y asignado a un batallón de trabajadores encuadrado en la Comandancia franquista de Ingenieros de Álava.


Vitoria a principios del siglo XX. Fuente: todocoleccion.net

Vecinos de Vitoria asisten a una parada militar conmemorativa del primer aniversario del golpe de Estado. Julio de 1938. Fuente: todocoleccion.net


De esos padecimientos se resintió Paredes, tanto como los otros cientos de miles de prisioneros antifranquistas. Ser víctima de palizas, insultos, malos tratos y hambre y vivir inmersos en el miedo de ser el siguiente asesinado traumatizó de por vida a cada preso republicano, volviéndolos en muchos casos retraídos, circunspectos y atormentados. Pero del obscuro pozo de la desolación y la desesperanza a veces puede rescatarnos un sólo gesto callado, aparentemente intranscendente, generoso y solidario, o la suma de miriadas de ellos. Leámoslo en un fragmento del relato de Juan Paredes. Él sabrá narrarlo mejor que yo:
"Nos uniformaron y en el brazo derecho y en un gorro redondo nos pusieron una "P", que indicaba "prisionero de guerra"... Nos trasladaron en camiones a hacer carreteras... En los meses de frío y nevadas nos sacaban a las calles de Vitoria a limpiarlas. Era impresionante el comportamiento de la gente. De todos los sitios y de los bares te llamaban y nos daban café, bocadillos, tabaco y te trataban con cariño. A pesar del frío lo pasábamos bien, pues es una gente inolvidable. Todos los días al seminario donde estábamos iban las mujeres y las chicas, pidiendo el nombre de alguno de nosotros para lavarnos la ropa, y la guardia les iban dando el nombre de uno. Los domingos [...] era el día que las personas iban a llevar la ropa al prisionero ... Ese día estando en el patio vi entrar una chica con una bolsa con la ropa, la cual llevaba mi nombre. Quedé sorprendido y me acerqué a ella y le dije "yo soy ese nombre". Quedamos sin habla y después de saludarnos hasta cruzamos un cariñoso beso. Así la conocí a los cuatro meses de llevarme calzoncillos, pañuelos, calcetines y a veces hasta tabaco. Buena gente humanitaria que jamás se puede olvidar".

Juan Paredes Segura, soldado del EPR en los frentes de Aragón 1937-1938. Su "Memorial" puede leerse completo en "Estudios y Actividades. Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórico de Jaen". Editado por la ARMH de Jaén.


Juan Paredes Segura sobrevivió a la guerra. Jamás olvidó la crueldad de sus verdugos y por siempre quedó su espíritu dañado. Pero en su memoria guardó como un preciado tesoro el grato recuerdo de los vecinos de Vitoria y de aquella su solidaridad popular que le ayudó a sobreponerse al abandono y a la derrota, esa solidaridad que no cambió la gran Historia pero que reveló a Juan, y a nosotros gracias a su relato, el cariz generoso de nuestra verdadera naturaleza humana.

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