Directores, administradores, funcionarios, abastacedores, órdenes religiosas, monjas en las prisiones dirigidas por las Hija de la Caridad, proveedores... todos se enriquecen gracias a la muerte por hambre de los prisioneros republicanos. San Simón, San Cristóbal, El Dueso, San Juan de Mozarrifar, Valdenoceda, Burgos, el sinfín de prisiones de Madrid y Barcelona, Ciudad Real, Ocaña, Valencia, Alicante, Jaén, Sevilla, Málaga, Cádiz, El Puerto,... son infectos agujeros de muerte por hambre. En todos los campos y centros de reclusión se practica el mismo método de eficiente exterminio, barato y silencioso: las prisiones reciben muy exiguas asignaciones para su abasto, ridículas raciones que a cada salto hacia abajo en el escalafón del organigrama administrativo se reducen por mordidas consecutivas a la más mínima expresión, de manera que cuando el suministro llega a la extensísima base de la pirámide penitenciaria --cientos de miles de presos-- apenas queda ya nada para ingerir, salvo unas habichuelas llenas de gorgojos, cinco ¡¡CINCO!! escasas algarrobas por reclusos, quintales de arena obscura con unas pocas lentejas, agua caliente con una fina película grasienta en su superficie... ¿Extrañará a alguien que el porcentaje de muertes en el interior de las cárceles fuera extremadamente superior al que se registraba incluso entre los marginados civiles perdedores de la guerra no enclaustrados? ¿Dudarán algunos de que las decenas de miles de muertes de republicanos son achacables a un premeditado plan franquista de liquidación de la disidencia y la oposición usando como arma el hambre? Como consecuencia de este genocidio planificado por la jefatura sublevada y ejecutado en cada penal, campo, prisión o cárcel franquista durante al menos 10 años entre 1936 y 1946, monjas y congregaciones marianas asociadas al fenómeno penitenciario franquista, directores y jefes, secretarios y subsecretarios, todos se volvieron ricos e incrementaron sus patrimonios particulares y/o institucionales a costa del asesinato de seres humanos hambrientos. Para inmensa satisfacción de la plutocracia franquista y de sus maestros y congéneres nazis germanos, que tomaron buena nota de la estrategia, método y pautas marcadas por los verdugos españoles. Veamos algunas de sus obras más distinguidas:
Batallón de Trabajadores 29 de Labacolla (Santiago de Compostela): “cada madrugada, a las cinco, se andaban más de 3 kilómetros hasta el tajo realizando 8 horas de intenso trabajo, y con sólo un cazo de café por la mañana y una coles hervidas por la noche como comida en todo el día. Muchos ya no podían ni andar, ya no tenían fuerzas y se desmayaban. El comandante, riendo, nos llamaba Hijos de la Pasionaria”
Campo de concentración de San Juan de Mozarrífar (Zaragoza): “Se encontraba instalado en una antigua imprenta de una editorial. “Fueron días sin bajar del tren, en un vagón de animales y con un bidón en la esquina para hacer las necesidades de más de 200 personas. Para todo el trayecto dieron una latita de sardinas para dos o tres y un trocito de pan. Al pasar por las estaciones gritábamos pidiendo agua y comida. No solían hacernos caso pero cuando alguna persona se acercaba a ayudarnos, la Guardia Civil se lo impedía. A veces, el relevo en el funcionario de turno, era la única esperanza de que un poco de humanidad, les hiciera mejorar algo en su penosa situación alimenticia”.
Campo de concentración de San Marcos (León): “el hambre en los presos era evidente. Testigos del campo de concentración pudieron ver los apuntes contables del comandante del batallón, en los que anotaba todo el dinero que conseguía ahorrar en comidas de los presos. Al margen de esto, en él malvivían hacinados y dormían en el suelo comidos de parásitos. El frío, el hambre y la enfermedad diezmaron este campo, donde se produjeron 800 muertos”.
Campo de concentración de Albatera (Alicante): “En él era tal el ansia por comer de algunos presos que se hizo preciso en cada patio nombrar un recluso que hiciera guardia junto a los cajones de basura para evitar que varios desgraciados se intoxicaran comiendo los desperdicios que otros arrojaban”.
Colonia Penitenciaria de Dos Hermanas (Sevilla): “La dieta en la Colonia Penitenciaria de Dos Hermanas (de unos 1300 presos) consistía en 5 algarrobas para desayunar, pescado hervido para comer y sólo en contadas ocasiones una lata de sardinas y un chusco de pan para cinco. Trabajábamos duro a pico y pala y sin comer. Algunos, se caían de hambre. Allí creíamos acabar con nuestra vida. Nos trataban como a criminales”.
Prisión del Puerto de Santa María (Cádiz): “Había días en que, a las once de la mañana, no había nada en la cocina para dar de comer a 6000 presos. En las perolas no había ni un lunar de grasa y la gente moría. Más del 70% de los presos padecía avitaminosis. Así los presos, a pesar de los esfuerzos que personalmente realizaba el director para encontrar alimentos, se morían de hambre por falta de comida (sólo en el mes de marzo de 1941 murieron 78 presos)”.
Colonia Penitenciaria del Dueso: “Era tanta el hambre que se pasaba allí que cada día se morían de hambre… días en que morían catorce, días en que morían dieciocho. Las cajas de muertos las hacíamos los propios presos y esas cajas las volvían a traer otra vez para transportar a los muertos del día siguiente”.
Prisión de mujeres de Santurrarán: “Las monjas encargadas del penal, hacían acopio de los suministros que les entregaban para el sustento de los presas, para dedicarlo al estraperlo, mientras las presas pasaban hambre”.
Fuente de los entrecomillados: trabajo "ANTEQUERA ENTRE REJAS: ANTEQUERANOS PRISIONEROS DE GUERRA Y DEL FRANQUISMO", de M-A. Melero, presentado al Congreso Internacional sobre la GCE 36-39, organizado por la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales
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