Todos estos salvajes actos –al
menos, un mínimo de 197.000 asesinatos-- fueron cometidos entre 1936 y 1952 por
pelotones armados del Ejército fascista de Franco y también por los escuadrones
de la muerte falangistas, requetés y cedistas representantes de las más rancias
y macabras esencias del nacionalcatolicismo monárquico y del más conservador
capitalismo. Sin freno, sin límite, sin rubor, los asesinos franquistas
masacraron al pueblo español, aniquilaron su espíritu, apresaron sus cuerpos en
campos de exterminio, acabaron con su Libertad y con sus vidas... Y también con
su salud.
Hoy podemos afirmar este
aserto. Deliberadamente, por acción y omisión, el régimen golpista sometió a
los vencidos a un genocidio basado en la ingesta forzada de un veneno
alimentario. Los presos, en los calabozos fascistas o amedrentados en el interior
de sus oscuras y frías casas y chabolas en ruinas, fueron desposeídos no sólo
de su libertad, sino también de sus haciendas y recursos mínimos de
subsistencia. Víctimas de la brutal Ley de Responsabilidades Políticas
franquista, desde cada una de sus particulares derrotas individuales, millones
de supervivientes izquierdistas fueron expulsados de sus empleos, multados por
auxilio a la rebelión, expoliados de todo su dinero, expropiados de sus fincas
y viviendas, arrojados a la miseria y a la intemperie.
Desde varios años antes de la
hambruna que azotó después el país, los republicanos y sus familias cayeron en
la más profunda pobreza y el más absoluto de los abandonos. Presa del hambre,
de la avitaminosis y de todo tipo de enfermedades infecciosas, los derrotados
fueron muriendo por miles. Raíces silvestres, peladuras de patatas, cáscaras de
naranja y huesos podridos y resecos de reses y caballerías muertas y
abandonadas en infectos muladares se convirtieron en delicadas exquisiteces. Ya
entrados los años 40, el hambre, el estraperlo y el racionamiento
protagonizaron duros tiempos, pero sus más perniciosas consecuencias se
cebaron, como venía siendo habitual, en los vencidos. Por ello no era de
extrañar que el cien por cien del exiguo presupuesto de cada familia derrotada
se destinara a la alimentación. Todo. El 100%, y a pesar de ello era siempre
escaso.Ataviados con harapos, calzados
con destrozadas alpargatas, los nuevos miserables del siglo XX español
mendigaban a las puertas de las iglesias, rebuscaban en las basuras, escapaban
de las ciudades a los campos para escardar entre las cunetas y con pocas
monedas adquirían a los agricultores los productos más baratos y socorridos.
Fue así como los vencidos descubrieron la almorta.
Era ésta una leguminosa poco
frecuente en los cultivos de aquel entonces y se solía utilizar para forrajear
a las bestias de labranza, mas por su bajo valor fue prontamente ingerida por
los derrotados. La almorta, también conocida según regiones por arveja,
alverjón, chícharo, guija, muela, pito o tito entre otros, y con un
extraordinario parecido a altramuces desecados, se solía consumir tostada o
cocida, pero fundamentalmente se utilizaba molida en forma de harina para dar
cuerpo a las sopas, simular galletas y elaborar socorridas tortas. Y su precio
era muy asequible, pues solía situarse en la mitad del que alcanzaba el trigo y
equivalía a la cuarta parte de lo que costaba un kilo de lentejas o garbanzos.
Así, la almorta se convirtió en el único alimento de los famélicos pordioseros,
antiguos hombres y mujeres libres,
fantasmas deambulando luego por una inmensa prisión a cielo abierto.
Gachas de almorta, sopa de almorta, torta de almorta, galletas de almorta...,
la almorta se utilizaba en todas y cada unas de las comidas y para cientos de
miles de personas constituía la base no sólo principal, sino única de la dieta.
El consumo de la almorta se popularizó entonces sin control y las pocas
hectáreas cultivadas a mediados de 1939 pasaron a convertirse en unas 300.000 a
principios de 1941. Además, su escaso precio facilitaba la adquisición por las
familias vencidas en sacas de 10 ó 20 kilos para su envío a las decenas de
miles de prisioneros republicanos con condenas en firme encerrados en las
cárceles. Éstos, al borde de la inanición merced a la ingesta de mínimas
raciones con aporte calórico por debajo del umbral de supervivencia, recibían
como agua de mayo la harina de almorta para compartirla solidariamente con la
docena de compañeros de su brigada carcelaria.
Pero la milagrosa harina de leguminosa escondía un veneno fatal. Ya desde hacía cientos de años, los ganaderos habían advertido de que las caballerías y reses que se alimentaban exclusivamente de almortas padecían de apoplejía y parálisis. Tal pernicioso efecto fue frecuentemente descrito en diversas publicaciones como una frecuente patología entre los seres humanos que tenían a la almorta como principal ingrediente de su dieta. Vemos un ejemplo del conocimiento asiduo que se tenía de la almorta venenosa en este suelto, publicado en el número 1.806 de “El Eco del Comercio” de 11 de abril de 1839, en el que el Jefe Político de Cádiz informa al Ministro de Gobernación de entonces que tras visita a la obra de construcción del camino de Bonanza al Puerto de Santa María y girar inspección a la enfermería ordenó a los responsables que suprimieran la almorta del menú de los presos confinados en el presidio como obreros forzados de la carretera.
Pero la milagrosa harina de leguminosa escondía un veneno fatal. Ya desde hacía cientos de años, los ganaderos habían advertido de que las caballerías y reses que se alimentaban exclusivamente de almortas padecían de apoplejía y parálisis. Tal pernicioso efecto fue frecuentemente descrito en diversas publicaciones como una frecuente patología entre los seres humanos que tenían a la almorta como principal ingrediente de su dieta. Vemos un ejemplo del conocimiento asiduo que se tenía de la almorta venenosa en este suelto, publicado en el número 1.806 de “El Eco del Comercio” de 11 de abril de 1839, en el que el Jefe Político de Cádiz informa al Ministro de Gobernación de entonces que tras visita a la obra de construcción del camino de Bonanza al Puerto de Santa María y girar inspección a la enfermería ordenó a los responsables que suprimieran la almorta del menú de los presos confinados en el presidio como obreros forzados de la carretera.
La patología comenzó a ser conocida como “Latirismo” y descrita como una afección que producía parálisis muscular, debido a la composición de ciertos aminoácidos y o alcaloides, presentes en las semillas que causaban problemas neurotóxicos en las articulaciones y en el control de los esfínteres incapacitantes, irreversibles y en ocasiones mortales.
Hoy, tantos años después, en diferentes foros se nos
quiere convencer de que fueron expertos médicos del entorno franquista los que
de forma inspirada por el genio descubrieron los efectos perjudiciales de la
almorta en 1941 y consiguieron que las concienciadas autoridades franquistas prohibieran
su comercialización y consumo en enero de 1944 (vease http://www.historiacocina.com/es/historia-de-la-almorta). No puede haber nada más alejado de la
realidad que esta leyenda hábilmente tejida, pues oculta la participación
directa y la complicidad de Franco y sus sicarios en el envenenamiento masivo
y muerte de los perdedores republicanos y sus familias.Veamos entonces cómo la literatura, el conocimiento y las noticias en torno
a la toxicidad de la almorta estaba plenamente difundida, por ejemplo ya desde principios del siglo
XX:
España Médica. Madrid. 10 julio 1916 página 13
Boletín Oficial de la Cámara Agrícola de la Provincia de Guadalajara 4 agosto 1918
Revista de sanidad militar. Madrid. 15-7-1919. pagina 17
El Progreso Agrícola y Pecuario. 22 jul 1922. pagina 8Como vemos, los registros médicos describían ya en 1916,
1918, 1919 y 1922 (y estas referencias son sólo un ejemplo) los
incuestionables, conocidos y públicos efectos patológicos de la almorta en las
víctimas a las pocas semanas de su consumo.Sin
embargo y a pesar de conocer de manera manifiesta los efectos letales y fatales
de la almorta en las personas que la utilizaban como única fuente posible de
calorías, las autoridades franquistas consintieron su cultivo y distribución y
alentaron su comercialización y consumo, tanto entre los más miserables de la
sociedad, buena parte de ellos como hemos dicho perdedores por su fidelidad a
la república, como entre sus familiares reclusos y presidiarios de los centros
de exterminio. Veamos aquí las pruebas de que los gobernantes franquistas
conocían bien la toxicidad de la almorta:
El Avisador Numantino. junio 1942 El Avisador Numantino. 25 julio 1942
El Pensamiento Alavés 28 jul 1942
A pesar de ello y en contra de la fábula interesada que argumenta que los franquistas prohibieron en enero de 1944 la almorta, podemos ver cómo las autoridades de la dictadura franquista facilitaban de manera premeditada la comercialización y consumo de esta leguminosa:
A pesar de ello y en contra de la fábula interesada que argumenta que los franquistas prohibieron en enero de 1944 la almorta, podemos ver cómo las autoridades de la dictadura franquista facilitaban de manera premeditada la comercialización y consumo de esta leguminosa:
La Vanguardia 24 julio 1945 pagina 1. Ver párrafo final
La Vanguardia 22 octubre 1946 pagina 4
Durante quince años más y bajo la mirada indiferente --más
bien premeditadamente culpable-- de los asesinos gobernantes franquistas, la
almorta continuó ocasionando parálisis permanentes, apoplejías irreversibles y
la muerte entre miles de sus no avisados consumidores republicanos
antifranquistas, presos y familiares. Muchos de ellos padecieron las
consecuencias de este cómodo y barato genocidio costeado por sus propias
víctimas y llenaron enfermerías y fosas comunes en prisiones, penales y
cárceles. La mayoría nunca supo cuál era la causa de su progresiva dolencia e
ignoró que no fue hasta años después, en 1967, cuando el Código de Seguridad
Alimentario aprobado por los tecnócratas del Opus insertos en el Consejo de
Ministros franquista prohibió en su artículo 3.18.09. el consumo humano de las
semillas de almortas género “Lathyrus” y de los productos resultantes de su
elaboración.
Cagüen en to y sus putas madres; que en mi casa nos hemos hartao de esa mierda.
ResponderEliminarEstupendo reportaje. En realidad la España de 1939 y hasta bien entrados lo 40 era un enorme campo de concentración gobernado por una maquinaria represora y organizada para el exterminio masivo, tanto físico como cultural e ideológico.
ResponderEliminarSalvando las distancias nos encontramos en una senda parecida en el sentido de la opresión a que estamos siendo sometidos. Los opresores son los mismos, nunca se han ido. Todavía hoy pervive el miedo y ese miedo es precisamente lo que nos impide decir basta de forma organizada y efectiva.
Realmente estremecedor. Pasaron por encima de la democracia, de las libertades y de las personas sin escrúpulo alguno, como alimañas que eran.
ResponderEliminarY está volviendo a ocurrir lo mismo. Les importa el dinero, la banca, la iglesia y el poder por encima de todo; en un escalón muy bajo estamos las mujeres y hombres de este país.
Y es que, "españoles, Franco... ha vuelto".
Excelente artículo Paco, como siempre bien documentado.
ResponderEliminarConocí en el pueblo de mi padre a varias personas que padecieron la enfermedad y fallecieron.
Salud compañero.
Así murió mi abuelo. Por eso no pude conocerlo. Malditos sean sus verdugos y sus herederos que aún se sienten inocentes.
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