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miércoles, 20 de noviembre de 2013

La Harina de Almorta: genocidio franquista por envenenamiento alimentario

Como ya se ha relatado profusamente en estas páginas del blog “Todos los Rostros”, era el fascismo franquista una experta y despiadada maquinaria homicida. Desde los mismos albores del 17 de julio de 1936, el asesinato alevoso se convirtió en práctica común entre los procedimientos rutinarios de los sublevados traidores al Gobierno y al Estado republicano legalmente constituido. Obreros, sindicalistas, concejales, maestros, periodistas, intelectuales, simpatizantes de izquierdas, personas comprometidas y significadas con una visión social del mundo y de la política o simplemente ciudadanos tibios o renuentes en manifestar su apoyo a los traidores alzados, fueron sometidos por cientos de miles a tortura, malos tratos, palizas, “paseos”, sacas, fusilamientos colectivos, tiros en la nuca, apaleamientos, violaciones hasta la muerte, ametrallamiento en masa en plazas de toros, despeñados al interior de profundas simas, arrojados vivos al mar...

Todos estos salvajes actos –al menos, un mínimo de 197.000 asesinatos-- fueron cometidos entre 1936 y 1952 por pelotones armados del Ejército fascista de Franco y también por los escuadrones de la muerte falangistas, requetés y cedistas representantes de las más rancias y macabras esencias del nacionalcatolicismo monárquico y del más conservador capitalismo. Sin freno, sin límite, sin rubor, los asesinos franquistas masacraron al pueblo español, aniquilaron su espíritu, apresaron sus cuerpos en campos de exterminio, acabaron con su Libertad y con sus vidas... Y también con su salud.

Hoy podemos afirmar este aserto. Deliberadamente, por acción y omisión, el régimen golpista sometió a los vencidos a un genocidio basado en la ingesta forzada de un veneno alimentario. Los presos, en los calabozos fascistas o amedrentados en el interior de sus oscuras y frías casas y chabolas en ruinas, fueron desposeídos no sólo de su libertad, sino también de sus haciendas y recursos mínimos de subsistencia. Víctimas de la brutal Ley de Responsabilidades Políticas franquista, desde cada una de sus particulares derrotas individuales, millones de supervivientes izquierdistas fueron expulsados de sus empleos, multados por auxilio a la rebelión, expoliados de todo su dinero, expropiados de sus fincas y viviendas, arrojados a la miseria y a la intemperie.

Desde varios años antes de la hambruna que azotó después el país, los republicanos y sus familias cayeron en la más profunda pobreza y el más absoluto de los abandonos. Presa del hambre, de la avitaminosis y de todo tipo de enfermedades infecciosas, los derrotados fueron muriendo por miles. Raíces silvestres, peladuras de patatas, cáscaras de naranja y huesos podridos y resecos de reses y caballerías muertas y abandonadas en infectos muladares se convirtieron en delicadas exquisiteces. Ya entrados los años 40, el hambre, el estraperlo y el racionamiento protagonizaron duros tiempos, pero sus más perniciosas consecuencias se cebaron, como venía siendo habitual, en los vencidos. Por ello no era de extrañar que el cien por cien del exiguo presupuesto de cada familia derrotada se destinara a la alimentación. Todo. El 100%, y a pesar de ello era siempre escaso.Ataviados con harapos, calzados con destrozadas alpargatas, los nuevos miserables del siglo XX español mendigaban a las puertas de las iglesias, rebuscaban en las basuras, escapaban de las ciudades a los campos para escardar entre las cunetas y con pocas monedas adquirían a los agricultores los productos más baratos y socorridos. Fue así como los vencidos descubrieron la almorta.


Era ésta una leguminosa poco frecuente en los cultivos de aquel entonces y se solía utilizar para forrajear a las bestias de labranza, mas por su bajo valor fue prontamente ingerida por los derrotados. La almorta, también conocida según regiones por arveja, alverjón, chícharo, guija, muela, pito o tito entre otros, y con un extraordinario parecido a altramuces desecados, se solía consumir tostada o cocida, pero fundamentalmente se utilizaba molida en forma de harina para dar cuerpo a las sopas, simular galletas y elaborar socorridas tortas. Y su precio era muy asequible, pues solía situarse en la mitad del que alcanzaba el trigo y equivalía a la cuarta parte de lo que costaba un kilo de lentejas o garbanzos. Así, la almorta se convirtió en el único alimento de los famélicos pordioseros, antiguos hombres y mujeres libres,  fantasmas deambulando luego por una inmensa prisión a cielo abierto. Gachas de almorta, sopa de almorta, torta de almorta, galletas de almorta..., la almorta se utilizaba en todas y cada unas de las comidas y para cientos de miles de personas constituía la base no sólo principal, sino única de la dieta. El consumo de la almorta se popularizó entonces sin control y las pocas hectáreas cultivadas a mediados de 1939 pasaron a convertirse en unas 300.000 a principios de 1941. Además, su escaso precio facilitaba la adquisición por las familias vencidas en sacas de 10 ó 20 kilos para su envío a las decenas de miles de prisioneros republicanos con condenas en firme encerrados en las cárceles. Éstos, al borde de la inanición merced a la ingesta de mínimas raciones con aporte calórico por debajo del umbral de supervivencia, recibían como agua de mayo la harina de almorta para compartirla solidariamente con la docena de compañeros de su brigada carcelaria. 

Pero la milagrosa harina de leguminosa escondía un veneno fatal. Ya desde hacía cientos de años, los ganaderos habían advertido de que las caballerías y reses que se alimentaban exclusivamente de almortas padecían de apoplejía y parálisis. Tal pernicioso efecto fue frecuentemente descrito en diversas publicaciones como una frecuente patología entre los seres humanos que tenían a la almorta como principal ingrediente de su dieta. Vemos un ejemplo del conocimiento asiduo que se tenía de la almorta venenosa en este suelto, publicado en el número 1.806 de “El Eco del Comercio” de 11 de abril de 1839, en el que el Jefe Político de Cádiz informa al Ministro de Gobernación de entonces que tras visita a la obra de construcción del camino de Bonanza al Puerto de Santa María y girar inspección a la enfermería ordenó a los responsables que suprimieran la almorta del menú de los presos confinados en el presidio como obreros forzados de la carretera.


La patología comenzó a ser conocida como “Latirismo” y descrita como una afección que producía parálisis muscular, debido a la composición de ciertos aminoácidos y o alcaloides, presentes en las semillas que causaban problemas neurotóxicos en las articulaciones y en el control de los esfínteres incapacitantes, irreversibles y en ocasiones mortales.

Hoy, tantos años después, en diferentes foros se nos quiere convencer de que fueron expertos médicos del entorno franquista los que de forma inspirada por el genio descubrieron los efectos perjudiciales de la almorta en 1941 y consiguieron que las concienciadas autoridades franquistas prohibieran su comercialización y consumo en enero de 1944 (vease http://www.historiacocina.com/es/historia-de-la-almorta). No puede haber nada más alejado de la realidad que esta leyenda hábilmente tejida, pues oculta la participación directa y la complicidad de Franco y sus sicarios en el envenenamiento masivo y muerte de los perdedores republicanos y sus familias.Veamos entonces cómo la literatura, el conocimiento y las noticias en torno a la toxicidad de la almorta estaba plenamente difundida, por ejemplo ya desde principios del siglo XX:


España Médica. Madrid. 10 julio 1916 página 13


Boletín Oficial de la Cámara Agrícola de la Provincia de Guadalajara 4 agosto 1918

Revista de sanidad militar. Madrid. 15-7-1919. pagina 17

El Progreso Agrícola y Pecuario. 22 jul 1922. pagina 8Como vemos, los registros médicos describían ya en 1916, 1918, 1919 y 1922 (y estas referencias son sólo un ejemplo) los incuestionables, conocidos y públicos efectos patológicos de la almorta en las víctimas a las pocas semanas de su consumo.Sin embargo y a pesar de conocer de manera manifiesta los efectos letales y fatales de la almorta en las personas que la utilizaban como única fuente posible de calorías, las autoridades franquistas consintieron su cultivo y distribución y alentaron su comercialización y consumo, tanto entre los más miserables de la sociedad, buena parte de ellos como hemos dicho perdedores por su fidelidad a la república, como entre sus familiares reclusos y presidiarios de los centros de exterminio. Veamos aquí las pruebas de que los gobernantes franquistas conocían bien la toxicidad de la almorta:
El Avisador Numantino. junio 1942

El Avisador Numantino. 25 julio 1942

El Pensamiento Alavés 28 jul 1942
A pesar de ello y en contra de la fábula interesada que argumenta que los franquistas prohibieron en enero de 1944 la almorta, podemos ver cómo las autoridades de la dictadura franquista  facilitaban de manera premeditada la comercialización y consumo de esta leguminosa:

1944 julio 30  Imperio Diario de Zamora de Falange Española de las JONS Año IX Número 2354

La Vanguardia 24 julio 1945 pagina 1. Ver párrafo final

La Vanguardia 22 octubre 1946 pagina 4

Durante quince años más y bajo la mirada indiferente --más bien premeditadamente culpable-- de los asesinos gobernantes franquistas, la almorta continuó ocasionando parálisis permanentes, apoplejías irreversibles y la muerte entre miles de sus no avisados consumidores republicanos antifranquistas, presos y familiares. Muchos de ellos padecieron las consecuencias de este cómodo y barato genocidio costeado por sus propias víctimas y llenaron enfermerías y fosas comunes en prisiones, penales y cárceles. La mayoría nunca supo cuál era la causa de su progresiva dolencia e ignoró que no fue hasta años después, en 1967, cuando el Código de Seguridad Alimentario aprobado por los tecnócratas del Opus insertos en el Consejo de Ministros franquista prohibió en su artículo 3.18.09. el consumo humano de las semillas de almortas género “Lathyrus” y de los productos resultantes de su elaboración.

Pero ya era tarde para ellos. Los genocidas franquistas habían vuelto a salirse con la suya, tal y como 60 años después lo siguen pretendiendo hacer sus herederos ideológicos y patrimoniales al frente del Gobierno del Partido Popular, el mismo que acusa a los memorialistas de hoy de interesarse en la dignificación de sus muertos sólo cuando existen subvenciones de por medio (Rafael Hernando, portavoz adjunto del Partido Popular en el Congreso, dixit: "Algunos se han acordado de su padre cuando había subvenciones para recuperarle"). Vaya en mi nombre para esta chusma humana y para esta escoria política el mayor de mis desprecios y el más grande de los sacos de harina de almorta simbólica, para que por su contumacia y su maldad la vida y la historia le condene a él y a los suyos a una eterna y fulminante dieta de gachas de esta fatal leguminosa.

5 comentarios:

  1. Cagüen en to y sus putas madres; que en mi casa nos hemos hartao de esa mierda.

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  2. Estupendo reportaje. En realidad la España de 1939 y hasta bien entrados lo 40 era un enorme campo de concentración gobernado por una maquinaria represora y organizada para el exterminio masivo, tanto físico como cultural e ideológico.
    Salvando las distancias nos encontramos en una senda parecida en el sentido de la opresión a que estamos siendo sometidos. Los opresores son los mismos, nunca se han ido. Todavía hoy pervive el miedo y ese miedo es precisamente lo que nos impide decir basta de forma organizada y efectiva.

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  3. Realmente estremecedor. Pasaron por encima de la democracia, de las libertades y de las personas sin escrúpulo alguno, como alimañas que eran.
    Y está volviendo a ocurrir lo mismo. Les importa el dinero, la banca, la iglesia y el poder por encima de todo; en un escalón muy bajo estamos las mujeres y hombres de este país.
    Y es que, "españoles, Franco... ha vuelto".

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  4. Excelente artículo Paco, como siempre bien documentado.

    Conocí en el pueblo de mi padre a varias personas que padecieron la enfermedad y fallecieron.

    Salud compañero.

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  5. Así murió mi abuelo. Por eso no pude conocerlo. Malditos sean sus verdugos y sus herederos que aún se sienten inocentes.

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