Ahí los ves, derrotados, abatidos, muchos de ellos tirados en un rincón, en el lugar más frío y obscuro del penal, desmoralizados por la mortal rutina de la prisión. No han asesinado a nadie, no son rateros, no han atracado un banco ni quincallean con género robado, no trafican con carne femenina, no hacen estraperlo, no roban. No. Su único delito es ser libres, o haber querido serlo: libres siendo como son profesores, libres siendo sindicalistas o políticos; libres como pianistas, escritores, periodistas, dibujantes, músicos, pintores, escritores, poetas, catedráticos, militares fieles a la legalidad...; libres también como jornaleros, obreros, aparceros... Libres. Pero ahora no lo son. Han sido secuestrados por una banda de hombres armados. Tras la funesta criba inicial, una inmensa hecatombe, los supervivientes miran al futuro con incertidumbre e intentan subsistir. Alguno se aisla, pero la mayoría no se encierra, no.
Se convierten en alfabetizadores de iletrados; pronuncian conferencias; sientan cátedra y dan lecciones magistrales; mientras están en capilla a la espera de la muerte enseñan música y a interpretarla en violines y guitarras; publican un único ejemplar de un periódico de resistencia que circula gastado de tanto uso oculto de mano en mano; instruyen en matemáticas; escriben en manuscritos que camuflan con grave riesgo de sus vidas; y como Robledano, Manaut y tantos otros, pintan y dibujan desde la callada clandestinidad sobre la terrible fatalidad de la cárcel. Han convertido las prisiones en escuelas, los mataderos de hombres en universidades, los campos de exterminio en paraninfos que glorifican el saber, la filosofía, la solidaridad, la entrega y el compromiso político. En Valdenoceda, son Juan Antonio Gaya Nuño, licenciado en arqueología e idiomas orientales,
catedrático de Instituto en la cátedra de Historia Universal,
Historiador del Arte y en la prisión, conferenciante; Berzosa, pianista profesional; Pablo Ávila Menoyo, años más tarde destacadísimo miembro en la clandestinidad de la dirección del PCE; Santiago de la Cruz Touchard, periodista, afamado escritor y letrista musical; el teniente José Goicuría Ibarra; el intelectual y dirigente anarquista David Antona; Ernesto Sempere, soldado aún adolescente, alfabetizador, escritor e ilustrador de cuentos infantiles y violinista. En Porlier son Martinez de León, dibujante extraordinario; son Ruperto Chapí, músico nieto del genial zarzuelista; son, son...
Son los presos y las presas de la República. Son hombres y mujeres libres, que gracias al lápiz de Robledano en Valdenoceda, te hablan desde el pasado, 1941, desde el otro lado de los muros de las viejas prisiones hoy olvidadas. Y yo, ese al que nunca le faltan palabras, no sé cómo expresar toda la admiración, el respeto, la emoción y el sincero llanto que me inspiran al verlos. Y al escribir sobre ellos.
José Robledano Torres, rojo (y a mucha honra), republicano, librepensador. Condenado a muerte por dibujar. Sólo por dibujar. Secuestrado en Valdenoceda (Burgos).
La culpa de esta entrada la tiene un emocionado comentario del bloguero "Cachaque", así como las sentidas aportaciones frecuentes del amigo "Loam". Mi aprecio y sentimiento hacia ambos. Estoy en deuda con ellos. Sus apuntes me abren los ojos del alma. La fuente de las imágenes son varias: "Historia y Vida", nº131 febrero 1979;
http://www.memoriaylibertad.org; y "Cuadernos de Prisión" de José
Robledano Torres en la Biblioteca Nacional de España.