Este es el campo de polo de las Caballerizas Reales del Real Sitio del Palacio de la Magdalena, en Santander. Junto con el edificio señorial tan característico, es un regalo más hecho por la plutocracia local a la Monarquía nacional y a la aristocracia española, erigido a costa de la enorme plusvalía inmemorial e inmoralmente retenida por el Capital a la fuerza trabajadora. "Con lo que yo quito a millones, hago regalitos a unos pocos oligarcas para que esos pocos vuelvan a sancionar mis privilegios y yo pueda volver a hacer regalitos". Y así funciona la cosa. El ciclo sin fin. Hoy, 1938, los ricos, los gentlemens santanderinos, los diletantes jugadores de polo, los linajudos apellidos burgueses cántabros no juegan ya aquí: graciósamente han cedido durante un tiempo --serán más de cinco años-- el uso de sus instalaciones de esparcimiento deportivo para que sus enemigos de clase seamos allí encerrados, torturados, domeñados, espiritualmente exterminados y físicamente masacrados. Y así nos va. Aquí, posamos jugando al foot-ball, bajo el control de los franquistas que se encargan de reprimirnos. Y dejamos que las cámaras propagandísticas fascistas nos retraten, pues no nos queda otra: a ellos les interesa, los guardias nos apuntan con sus armas y si nos rebeláramos, no tendríamos a donde ir. Todo el país es un gigantesco erial político nazi, franquista y fascista. Una inmensa prisión.
75 años después, los que jugaban al polo, los de siempre siguen disfrutando de sus privilegios, reciben beneficios por poseer empresas en las que nuestros nietos trabajan o de las que son periódicamente despedidos, explotan nuestras carencias, reciben sus porcentajes por la Sanidad y la Educación que a nosotros nos recortan y continúan decidiendo en qué emplear las riquezas que nos roban con los impuestos a nuestro trabajo y nuestro consumo. Y 75 años después, en la explanada del campo de polo de las Caballerizas Reales del Real Sitio del Palacio de la Magdalena de Santander hay un monumento, pero no a nosotros ni a nuestros muertos, ni a nuestros 200.000 asesinados, ni a nuestro medio millón de presos, ni nuestros 550.000 exiliados, no. Obra del vasco Agustín Ibarrola en 2.005, es un homenaje a las 900 víctimas del terrorismo etarra, que nunca pisaron La Magdalena, que no murieron aquí, que no sufrieron aquí, que no penaron como nosotros, o no con la misma magnitud ni en la misma medida. ¿Cómo llamamos entonces a una sociedad que olvida deliberadamente a millones que fueron represaliados por defender un mundo libre e igualitario y que sólo recuerda a los servidores --en su inmensa mayoría uniformados-- de un Estado no democrático, inmoral e injustamente consolidado? ¿Quién nos recuerda a nosotros aún, quién sigue reivindicando nuestra memoria, la de los presos republicanos jugadores forzados de foot-ball en Santander?
Campo de concentración de La Magdalena. Finales de los 30 y principios de los 40 del XX. Fuente de la imagen: postureocantabro.com
Monumento a las víctimas del terrorismo etarra junto al Paraninfo de La Magdalena, Santander.