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viernes, 2 de septiembre de 2011

Un fotógrafo desconocido, una cámara aparecida en una cueva, unas fotografías espeluznantes. Hiroshima y Nagasaki: Asesinato masivo de civiles inocentes

Este blog no sólo centra su mirada en las víctimas de la represión franquista, sino que también dedica líneas e imágenes a todos aquellos inocentes damnificados por las ideologías fascistas, militaristas y belicistas desde la II Guerra Mundial. Ya en varias ocasiones me he referido a la Solución Final nazi, al Holocausto judío y a la SHOA, pero hasta ahora no lo había hecho a las víctimas civiles de la guerra en el Pacífico. Y, ¡cómo no!, es imposible substraerse al horror que despiertan en toda alma sensible las terroríficas consecuencias del lanzamiento --tras la orden del presidente estadounidense Harry S. Trumann-- de sendas bombas atómicas en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki.

El asesinato instantáneo y en masa por el ejército "americano" de 150.000 personas en Hiroshima y 130.000 en Nagasaki fue justificado por Truman bajo el falaz argumento de que más valía que murieran 250.000 civiles japoneses en un segundo, que 1.000.000 de sus soldados a lo largo de varios meses. Lo que Truman sin embargo nunca reconoció fue que sus servicios secretos, y sus espías infiltrados en otros servicios cercanos a las fuerzas de otras potencias del Eje, conocían en todo momento la ubicación del emperador Hirohito y que una orden del presidente americano hubiera podido poner fin a la vida del monarca absoluto en un instante, poniendo punto final a la guerra sin aniquilar a cientos de miles de indefensos ancianos, hombres heridos, mujeres y niños.

Para recordar hoy aquella horrenda matanza de inocentes, de la que se ha cumplido hace pocos días su 75 aniversario, traigo aquí, después de haberlo llevado también a mi perfil de Facebook http://www.facebook.com/paco.de.jerez , una galería de fotografías publicada en la prensa ("El Universal de México") en mayo del año 2008. Fueron realizadas por un fotógrafo japonés desconocido y la máquina que utilizó apareció escondida en una cueva para ser luego encontrada por un soldado ocupante estadounidense, que las cedió a un Instituto, el Hoover, con la condición de que no fueran desveladas públicamente hasta el año 2008. Las imágenes son terroríficas y las subo aquí con mucha prevención, pero siempre con el propósito de que sirvan para evitar el olvido y el silencio y para caracterizar la inocencia de las víctimas y la culpabilidad de sus verdugos, que hoy se ocupan y afanan en borrar su pasado y ocultar que los EEUU han sido la única nación del planeta que ha utilizado la energía atómica para asesinar en masa a población civil.

El texto y las fotografías publicadas por "El Universal de México" el 6 de mayo de 2008 fueron los siguientes:

http://www.eluniversal.com.mx/notas/504568.html

Exponen fotografías inéditas del bombardeo nuclear en Hiroshima
Presenta el Instituto Hoover una serie de imágenes del fotógrafo estadounidense Robert L. Capp de la tragedia en la ciudad japonesa de Hiroshima tras la caída de la primera bomba nuclear

El Universal
Washington, EU
Martes 06 de mayo de 2008
10:51

Un fotógrafo desconocido; un rollo perdido en una cueva y la muerte y el horror ocultos en él. Tal es la historia que revelan los Archivos del Instituto Hoover, al divulgar 10 fotografías inéditas tomadas tras el bombardeo nuclear sobre Hiroshima con el que terminó la Segunda Guerra Mundial.









Miles de cadáveres y devastación parecen fundirse en un silencioso grito, interminable. Unos segundos tomó al piloto estadounidense Paul W. Tibbets, del avión Enola Gay lanzar, el 6 de agosto de 1945, la bomba atómica —otra cayó sobre Nagasaki—; una vida ha pasado y las consecuencias de aquella decisión aún son evidentes en las enfermedades de los niños que nacen deformes en la zona alcanzada por las radiaciones nucleares; en la tierra muerta, estéril...

Del autor de las fotografías sólo se conoce su nacionalidad: japonesa. Del rollo, que fue encontrado aún sin revelar en una caverna en Hiroshima por el entonces soldado estadounidense Robert L. Capp ese mismo año del 45.

Las fotos se convirtieron en parte de la colección Robert L. Capp. En 1998 fueron donadas a los Archivos Hoover, bajo una condición: no reproducirlas sino hasta 2008. Tres de las imágenes aparecen en el libro “Atomic Tragedy. Henry L. Stimson and the Decision to use the Bomb against Japan”, de Sean L. Malloy, con la anuencia de la familia Capp.

Malloy, que ha escrito varios artículos sobre las razones que llevaron a EU a lanzar las bombas, ahora está enfocado en buscar al fotógrafo que captó con su lente el drama de Hiroshima, con sus 120 mil muertos y un horror hasta entonces desconocido.

miércoles, 20 de julio de 2011

¡Ésta es mi vida!

De derecha a izquierda, el golpista (1936) y funcionario traidor general Franco, el golpista (1981) y funcionario traidor general Armada y el beneficiario de ambos golpes, el ciudadano Borbón.



Llegué al poder porque un dictador, responsable del asesinato de 197.000 opositores, me designó. Y yo acepté. No podría ser de otra manera, ya que mi padre Juan entró ilegalmente en España cruzando la frontera para ofrecerse como voluntario golpista, vistiendo un mono azul de Falange, y mi abuelo Alfonso, antes de donar a los sublevados un millón de libras de la época (una inmensa fortuna), exclamó “Todos tenemos que ayudar al movimiento de salvación de España y vencer... ¡Quién pudiera estar con vosotros!”. Además, mi deber era exaltar la memoria franquista de mis tíos y primos, cercanos y lejanos, muertos en acción de guerra o en retaguardia: José Luis de Borbón y Rich, Elena de Borbón y de la Torre, Enrique de María de Borbón y de León --tercer marqués de Balboa--, Jaime de Borbón y Esteban, Alfonso de Borbón y de León --segundo marqués de Esquilache--, Gerardo Osorio de Moscoso y Reinoso --conde de Altamira--, Javier Osorio de Moscoso y Reinoso --conde de Trastamara--, Ramón Osorio de Moscoso y Taramona --conde de Cabra y marqués de Ayamonte--, Alfonso de Borbón y Pinto, Alberto de María de Borbón y Castelví y Luis Alfonso de Borbón y de Caral.

Fui elegido a dedo como futuro Jefe de Estado por el tirano asesino, por lo que en mi discurso de aceptación expresé mi convencimiento de que recibía "de su Excelencia el jefe del Estado y Generalísimo Franco la legitimidad política surgida el 18 de julio de 1936". También por ello no me recaté de transmitir emocionadamente a Franco mi eterno agradecimiento y mi fidelidad a sus Principios, tanto en privado como en público, al menos hasta 1977, año en el que empezó a estar mal visto que yo hiciera manifestaciones de este tipo. Por ejemplo, mi inquebrantable adhesión al régimen genocida franquista, que expresé ante el Consejo Nacional de la Guardia de Franco el 10 de febrero de 1970 de esta guisa: "El 23 de julio, cuando ante las Cortes juré mi condición de Príncipe de España [...] afirmé que mi pulso no temblaría, y estad seguros de que no temblará. Vosotros habéis jurado servir a España; Yo, también; Habéis jurado fidelidad a los Principios Fundamentales del Movimiento; Yo, también; Habéis jurado lealtad a Franco y a lo que Franco significa; Yo, también; Queréis para España el esfuerzo continuado que le asegure su grandeza y su lealtad; Yo también quiero lo mismo. Por eso comprenderéis mi satisfacción al encontrarme ante vosotros y presidir este acto. ¡Viva España!". 7 años después de esta apología del golpismo y del franquismo, aún sigo recordando la figura de mi mentor (al que suelo calificar, "con respeto y gratitud",  como ”una figura excepcional [que] entra en la Historia“) con palabras como éstas que pronuncié en la Academia General de Zaragoza en septiembre de 1977: "Resulta de justicia rendir en este momento tributo al esfuerzo de dos grandes soldados que pasaron ya a la Historia y que fueron los artífices del acontecimiento que festejamos: el general Primo de Rivera, creador de la Academia General Militar, y el Generalísimo Franco, su primer director."

A la muerte del asesino Francisco Franco, me convertí en Jefe del Estado, Rey y también en el Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas, sin ningún tipo de concurso de méritos (porque no los tengo).

Muchos de mis más íntimos amigos, con los que me codeo mientras cazo, esquío, navego o sesteo por todo lo largo y ancho de este mundo con cargo al erario público, son dictadores o tiranos que gobiernan con puño de hierro en sus respectivos países o representan lo más florido de la oligarquía dominante del planeta. Otros muchos forman parte de la sociedad de viejo cuño que frecuento y aún les muestro mi interesada amistad concediéndoles prebendas y títulos nobiliarios. Así, nombré Señor de Meirás a Francisco Franco Martínez-Bordiu, nieto del dictador; duquesa de Franco a Carmen Franco Polo, hija del asesino; marqués de Arias-Navarro y Grande de España a Carlos Arias Navarro, presidente del último gobierno tardofranquista y conocido en otros círculos como el "carnicerito de Málaga"; marqués de Águilas a Alfonso Escámez, presidente del Banco Central; marqués de Cazalla a Juan Benjuméa, fundador de Abengoa; marqués del Pedroso de Lara a José Manuel Lara, editor de Planeta; marqués del Valle de Tena y Grande de España a Guillermo Luca de Tena y Brunet, editor del en su momento progolpista, luego franquista y siempre monárquico "ABC" de los Luca de Tena de Sevilla; marqués de la Ribera del Sella a Antonio Durán Tovar, presidente de Dragados; Grande de España a Javier Godó y Muntañola, editor del (desde 1939 a 1975) entusiasta diario franquista "La Vanguardia"; marquesa de O'Shea a Paloma O'Shea, esposa de Emilio Botín, cabeza del Banco de Santander; marqués de Asiaín a José Ángel Sánchez Asiaín, presidente durante años del BBV; y marqués de Villar Mir a Juan Miguel Villar Mir, ministro del gobierno de Arias Navarro y fundador del grupo VillarMir (Fertiberia, OHL, Ferroatlántica...).

Cuando llegué al poder era pobre de solemnidad y ahora acumulo, según la revista "Forbes", una de las mayores fortunas del mundo, alcanzando la escandalosa e inmoral cifra de 1.800 millones de €uros, unos 300.000.000.000 (trescientos mil millones) de las ya desaparecidas pesetas.

He consolidado la institución antidemocrática que represento, convirtiéndola sin justificación ética alguna en hereditaria.

Mi hijo, mis hijas y mis niet@s nadan en la abundancia y gozan de enormes privilegios, sobrevenidos e inmerecidos.

Mis cuentas son absolutamente opacas y no pueden ser auditadas por el Estado de Derecho para el que suelo decir que trabajo y del que en realidad me sirvo.

Anualmente, el Estado contribuye a mis gastos con una propinilla de 1.500 millones de las antiguas pesetas. ¡Nada, una fruslería!

Juré orgullosamente las Leyes Fundamentales del Reino y los franquistas Principios Fundamentales del Movimiento, pero nunca he jurado ni prometido lealtad y sometimiento a la Constitución Española de 1978. Sólo me limité a firmar su promulgación, ¡y gracias!

¡Ah, se me olvidaba!: nunca he sometido mi cargo a elección y escrutinio público. ¿Para qué, si soy tan campechano?

VÍCTIMAS DE LA SUBLEVACION ANTIDEMOCRÁTICA Y DE CLASE QUE MI ABUELO, MI PADRE, MIS TÍOS Y MIS PRIMOS APOYARON Y QUE YO AÚN NO HE CONDENADO, Y QUE NO CONDENARÉ:

De las dos fotografías que aparecen más arriba, es recurrente y habitual el uso de la imagen superior en publicaciones que analizan la feroz represión de los franquistas sobre sus opositores. Está tomada en el barrio de Triana (Sevilla) el 21 de julio de 1936. Es menos conocida la que se encuentra a su pie y que refleja un ángulo distinto de los mismos asesinados. Foto de origen indeterminado.


Grupo de presos antifranquistas en la prisión de Burgos. 1945. Foto de origen indeterminado.
 
Niños y niñas en un Hogar del Auxilio Social franquista, junto a falangistas voluntarias que ofician de cuidadoras. Galicia, 1937. Foto de origen indeterminado.
 
Grupo de presos antifranquistas en la prisión de Orgaz (Toledo), el día de la visita de sus familiares. Foto de origen indeterminado.


La multitud espera a las afueras de la morgue de Valencia tras un bombardeo franquista. 1937. Foto de origen indeterminado.


 Traslado de presos políticos en la Carcel Modelo de Valencia, 1947. Foto Luis Vidal Corella.


Tras la caída de Asturias ante las fuerzas franquistas, combatientes republicanos huyen de la reptresión y arriban a Francia en barcos de fortuna. Foto de origen indeterminado.


Grupos de soldados republicanos entran exhaustos en Francia huyendo de las tropas franquistas. Foto de origen indeterminado.


Refugiados provenientes de Cervera de camino al campo de refugiados de Argeles. Foto de origen indeterminado.


10.000 republicanos españoles fueron asesinados en campos nazis de toda Europa, una vez que Franco los declarara apátridas indeseables y los encomendara a la ferocidad inhumana de Hitler y de sus secuaces. En la imagen, de origen indeterminado, un grupo de antifranquistas supervivientes del campo de Sachsenhausen, tras la finalización de la II Guerra Mundial.


Varios brigadistas, uno de ellos chino, en el campo de concentración de San Pedro Cardeña, Burgos. Foto de origen indeterminado, si bien exhuda el tufo característico de la propaganda fascista.


Presos políticos republicanos, trabajando como forzados esclavos a las órdenes de los franquistas en el bosque de Valorio, Zamora. Foto de origen indeterminado.


Víctimas republicanas de una saca, exhibidas por sus verdugos franquistas. Foto de origen indeterminado.


Republicanos y antifranquistas, apresados por soldados mercenarios moros y conducidos a su inexorable destino. Foto de origen indeterminado.


Llegada de refugiados republicanos y antifranquistas al campo de concentración francés de La Mauresque, gestionado por un comité de acogida a niños españoles en Francia. Foto de origen indeterminado.
 
Largo Caballero y otros presos hispanos, junto a un guardián, en el campo de concentración nazi de Sachsenhausen. Foto de origen indeterminado.


Presos antifranquistas, miembros de la banda de música del penal de San Miguel de los Reyes, Valencia, en 1940. Foto de origen indeterminado.




 Grupo de presos antifranquistas en la prisión de Ezkaba - San Cristóbal, Pamplona (Navarra). Foto de origen indeterminado.


Refugiados españoles antifranquistas, desembarcando en Chile tras huir de Europa a bordo del "Winnipeg". Foto de origen indeterminado.

 
Presos antifranquistas, trabajando de forzados esclavos en el Valle de los Caídos. Foto de origen indeterminado.


Grupo de presos antifranquistas en la Carcel de Santa Engracia, Madrid, en 1941. Foto revista "Alderdi", numero 9.

lunes, 18 de julio de 2011

Memorialistas, por una sociedad más justa, más libre y más igualitaria

La inmensa mayoría de los memorialistas no somos Forenses. No somos Arqueólogos, ni Médicos ni Antropólogos. Tampoco somos fanáticos demagogos ni perversos necrófilos. Y no todos somos familiares de los represaliados cuyos restos y cuya memoria contribuimos a rescatar y dignificar.

Sólo somos amigos y compañeros que creemos en los Ideales que los represaliados defendían y que acabaron por hacer que sus asesinos les privaran de su libertad y de su vida. Ideales como los de un reino sin Rey, o con 45 millones de reyes libres y no impuestos, todos similares, todos diferentes; Ideales como los de un mundo sin crueles patronos, con redistribución racional de la riqueza y de los excedentes; Ideales como los de una sociedad más justa, más libre y más igualitaria.

Por eso, en la medida de nuestras modestas posiblidades (a ellas y sólo a ellas nos ha abocado el Estado y el Gobierno, que renuncia a investigar de oficio y a crear una Comisión de la Verdad), cada día los memorialistas seguimos porfiando por recuperar las historias de vida y muerte de los 198.000 asesinados por el franquismo en todo el Estado, para recobrar la memoria de los 500.000 encarcelados, maltratados, hambrientos y abandonados en la inmensa prisión en la que España se convirtió y para restaurar la dignidad de los 30 millones de personas que en este país gimieron bajo la bota de Franco y de sus cómplices hasta hace sólo 32 años. En resumen, para rehabilitar a las víctimas y para identificar y denunciar a los verdugos.

Sólo así evitaremos que la muerte y sus secuaces vuelvan a enseñorearse de nuestras vidas.

Maltratados, hambrientos, torturados y retenidos contra su voluntad, los presos republicanos eran humillados por sus captores al ser obligados a entonar brazo a la romana los himnos fascistas de los vencedores. Imagen de origen indeterminado, si bien probablemente procede del Patronato para la Redención de Penas - "Redención".

Los prisioneros republicanos supervivientes de las sacas, paseos y fusilamientos eran obligados a asistir a diarias sesiones de adoctrinamiento según el ideario del nuevo Estado católico falangista nacionalsindicalista. En la imagen, presos antifranquistas durante su adoctrinamiento en la prisión de Alcalá de Henares, Madrid. Imagen de origen indeterminado, si bien probablemente procede del Patronato para la Redención de Penas - "Redención".

Detención de un vecino republicano por un grupo de guardias civiles. Imagen de origen indeterminado.

Presos republicanos en la Prisión de Carmona, Sevilla. En el centro, con un perrillo en sus brazos, Julián Besteiro, en esta su última imagen antes de su muerte en este penal. Imagen de origen indeterminado

Presos en una escalera, en el campo de presos de Arta, Mallorca. Imagen propiedad de Pauli Pallás, extraída de www.diariodemallorca.es



Tres presos, en el campo de prisioneros de Arta, Mallorca. Imagen propiedad de Pauli Pallás, en la imagen el primero por la izquierda. Extraída de www.diariodemallorca.es


Vista general del campamento de prisioneros de Arta, Mallorca, en 1942, con los presos en formación en la explanada. Imagen propiedad de Pauli Pallás, extraída de www.diariodemallorca.es


Intelectuales republicnos alicantinos, presos en el Reformatorio de Alicante. Origen de la imagen indeterminado, si bien es muy probable que proceda de wwww.alicantevivo.org

Prisioneros republicanos concentrados en la playa de Babel, Alicante, esperando a su traslado al campo de concentración de Albatera. Origen de la imagen indeterminado, si bien es muy probable que proceda de wwww.alicantevivo.org. Su original puede encontrarse en el Archivo Municipal de Alicante.

Visita de las autoridades franquistas a la cárcel de Alicante. Los presos antifranquistas permanecen rígidos y aterrorizados en formación. Origen de la imagen indeterminado, si bien es muy probable que proceda de wwww.alicantevivo.org

Visita de los hijos de los presos republicanos el día de Reyes. Origen de la imagen indeterminado, si bien es muy probable que proceda de wwww.alicantevivo.org.

¡FRANCO NO HA MUERTO!



¡FRANCO NO HA MUERTO!

Vive en La Zarzuela, preside el Santander, escribe en la Real Academia de la Historia, dirige Vocento y Unidad Editorial, despacha en el Banco de España, conduce una tertulia en Intereconomía, milita en el PP, asesora al PSOE en temas laborales y sindicales...

No es que vaya a resucitar. ¡Es que ya está entre nosotros!

Y hay 10.000 Francos entre nosotros. En los despachos de los directores de los medios, entre los directores generales de grandes empresas, entre los consejeros delegados de nuestras transnacionales, en los comités ejecutivos de los grandes partidos, en los palacios y grandes mansiones de las familias de más rancio abolengo de nuestra sociedad, entre los Botín, Abelló, Koplowitz, Polanco, Carceller, Carulla, Jove..., en las sedes del Banco de España, del Santander, del BBVA, de las Cajas, de Vocento, de Prisa,... Y eso, sólo en el suelo "patrio". Pero hay otros 10.000 Francos en empresas, entidades, instituciones y consejos de Francia. Y otros 15.000 en el Reino Unido y en Italia. Y otros 20.000 en Alemania.

Bruselas, el Banco Central Europeo, Berlín, el Quirinale, el Palacio del Eliseo, el 10 de Downing Street, las agencias de calificación, el FMI,... en todos ellos hay cientos y miles de Francos que tienen como único objetivo impedir la redistribución de los excedentes, impulsar la concentración de la riqueza en pocas manos y eternizar la opresión del más débil. Y, ocasionalmente, si se nos ocurre alzar la cabeza en lugar de humillarnos, erguirnos en lugar de plegarnos, esos Francos impulsarán una dictadura --armada, ayer; financiera y policial, hoy-- que acabará con nuestra rebeldía. Tal y como hicieron el general Francisco Franco y sus esbirros desde 1936. Tal y como lo siguen haciendo los nuevos Francos hoy en día.

Porque Franco No ha muerto.

sábado, 16 de julio de 2011

18 de julio, Día de la Ignominia


75 aniversario del Día de la Ignominia, del golpe de Estado de los traidores armados contra el Gobierno elegido democráticamente y contra el Estado Republicano.

80.000 defensores de la libertad asesinados entre 1936 y 1939.

115.000 antifranquistas asesinados entre 1939 y 1975.

500.000 encarcelados.

Cientos de miles de depurados, despedidos, desposeidos de sus bienes y desterrados.

550.000 exiliados.

40 años de dictadura y de muerte de la libertad.

Millones de ciudadanos amedrentados y oprimidos, privados de sus derechos e inmersos en el miedo.

35 años de postfranquismo psicosociólogico heredado y de tímida democracia tutelada, consentida y vigilada por poderes fácticos.
18 de julio, Día de la Ignominia.

Foto Eloy Alonso EL MUNDO

sábado, 1 de enero de 2011

LA MEMORIA DE LOS VIVOS

Este no es el relato hagiográfico de las épicas hazañas de reconocidos próceres públicos o de valerosos hombres de guerra. Los lectores apresurados no encontrarán aquí retribución alguna para su impaciente desasosiego. Las letras que encadenadas se suceden desde ahora, son antagónicas con la premura y enemigas de la ostentación. Responden a un único propósito: contribuir al general reconocimiento de la memoria de tantos millones de hombres y mujeres, hoy anónimos y desconocidos. En algún momento de sus azarosas vidas, todos ellos soñaron con transformar el mundo pero la Maldad, el Terror y la Intolerancia, el fascismo y el nazismo patrio y foraneo, truncaron para siempre sus anhelos, aniquilaron sus existencias y borraron todo rastro de su pasado. Nacieron en miles de aldeas, pueblos y ciudades distintos; hablaron decenas de lenguas diferentes; tuvieron padres, hermanos o hijos; concibieron nuevas canciones, idearon relatos y narraciones y protagonizaron revoluciones y gestas políticas y bélicas. Pero nada sabemos de ellos.


Fueran o no asesinados en cunetas o paredones, sobrevivieran o no a torturas, palizas y malos tratos, todos ellos acabaron inexorablemente engullidos por los torbellinos del tiempo. El recuerdo de sus imperecederas peripecias vitales se ha desvanecido entre las brumas del Vacío y la Nada. Hemos relegado sus proezas, hemos arrinconado sus ejemplos, hemos postergado sus tribulaciones y hemos omitido sus quebrantos. Sólo algunos de entre los pocos supervivientes pudieron transmitirnos el testimonio difuminado de sus padecimientos. Ernesto Sempere Villarrubia fue uno de ellos. Pero otros miles, decenas de miles de ellos, fueron víctimas de un olvido eterno.

Para paliarlo en alguna medida, he oficiado de atrevido escribidor y he querido imaginar un posible encuentro entre Sempere y uno de estos anónimos desconocidos, dando forma así a un sucedido ignoto, vislumbrando una de tantas tragedias inextinguibles e invisibles, tan ficticia como probablemente real. Vaya pues desde aquí, este mi homenaje a los hombres y mujeres sin rostro, desde este blog de "Todos los Rostros" http://todoslosrostros.blogspot.com



LA MEMORIA DE LOS VIVOS

“La vida de los muertos está en la memoria de los vivos”. Cicerón


Los años, el tiempo, el sinvivir de la prisa y los espejismos del presente socavan el cimiento del robusto edificio en el que habita nuestra memoria y lo fracturan, trasuntándolo en un destartalado chamizo, que se blanquea día a día en el yeso y la cal del olvido. De justicia es, pues, que nuestros más vívidos recuerdos sirvan para restaurar su fortaleza y que podamos apuntalar sus pilares con el dulce sentir de las gratas remembranzas a las que nos lleva la melancolía.

Por eso, cuando aún escuchamos el eco de las canciones y de los versos de Ernesto Sempere y nos sigue estremeciendo la alegre resonancia de su inquebrantable amor a la vida, sus ocho hijos, sus ocho hijas, sus quince nietos, y ante todo Otilia Luján, su esposa, nos seguimos reuniendo a la sombra de su añoranza para afianzar nuestra comunión, compartir reminiscencias, relatar chascarrillos de su factura y visitar cada una de las gratas estancias que dan forma a la entrañable morada que se yergue –sólida-- con la sola evocación de su figura.


Y no falta en el relato de los acontecidos, el frecuente recurso a la narración del enigmático suceso que toda la familia –treinta y tres almas-- pudo vivir y de alguna forma protagonizar hace ya para dos años, en ocasión del aniversario del jubiloso patriarca de la estirpe.


En aquel entonces, y reunidos todos para el momento festivo en la casa toledana de Cardiel de Los Montes que como solar del linaje fue adoptada en los años 60 del pasado XX, vimos como tras la sobremesa, bullanguera por la presencia de la patulea infantil, el pater familias nos rogaba silencio y demandaba nuestra atención. Con cierto misterio nos pidió anuencia, obediencia y confianza y nos solicitó que saliéramos al exterior, llenando la cardieleja Plaza del Ayuntamiento (bien llamada Plaza de España) con nuestra presencia y nuestros mudos interrogantes.
Héroes anónimos.
Héroes anónimos.
Héroes anónimos.


Héroes anónimos, en la sierra de Madrid.

Héroes anónimos. Reclutas del Batallón de Acero, en la sierra de Guadarrama.


Héroes anónimos, desfilando por un pueblo, de camino a Somosierra
.

Al poco de nuestra espera –inexplicable acertijo--, un autocar de carretera de esos de diez metros y con colores, marcas y anagramas que ya no recuerdo pero que lamento no haber fijado en mi caletre, hizo su aparición en las inmediaciones de nuestro provisional vivac.

La tarde estaba limpia y luminosa y no hacía demasiado frío para estar tan bien metido noviembre. Ernesto padre (hay un Ernesto hijo, y un Diego Ernesto nieto) nos pidió, con una guitarra en la mano, una caja llena de linternas y una especie de jarrón decorado en esmalte, que ocupáramos el vehículo, el cual, en medio de la general extrañeza y por su reducida capacidad, parecía atestado de un ruidoso gentío. En su interior, y aposentados en sus butacas pudimos ver cómo Ernesto corría todas y cada una de las cortinillas, incluida una que separaba a modo de telón la zona de pasajeros con el puesto de conducción, impidiendo en todo caso la visión frontal y lateral y obscureciendo el interior del autobús como si fuera el más lóbrego de los pozos. Nos pareció que allá, a lo lejos y tras el impenetrable y tenebroso paño, el chofer mascullaba en una jerga que se asemejaba al ¿rumano?.


Al segundo, el abuelo hizo aparición volviendo a reclamar nuestra atención y nuestro silencio para dar explicación a la incógnita. Y lo que nos contó fue una suerte de argumentos tan casuales y casi tan inconcebibles que sólo pudieron ser creídos por su propia inverosimilitud. Así, nos hizo viajar en el tiempo y en el espacio retrocediendo mentalmente a finales de 1936, meses después del inicio de la guerra civil, y al momento de su fuga del hogar paterno para recalar por conciencia y por creencia en la 88ª Brigada Mixta, de inspiración anarquista.


Nos narró que se hizo compañero y salvavidas mutuo y recíproco -- tras varias y cruentas acciones de guerra— de un tal Anselmo, miliciano ciudarrealeño de la cuerda de Durruti. Anselmo, al parecer hombre ilustrado, puso al corriente al entonces adolescente Ernesto de sus correrías y tropelías al inicio de la guerra cuando el asentamiento del republicano frente extremeño, que pretendía ser respuesta, freno y tumba de la relampagueante guerra de columnas inventada por Franco y Queipo.


En el marasmo del inmovilismo de la posterior guerra de trincheras, Anselmo fue a parar al Monasterio de Guadalupe, antiguo cenobio requisado y convertido en hospital de retaguardia por las milicias. En una de tantas chácharas en nido de ametralladoras al abrigo del rumrum y panpan del fuego de cobertura, Anselmo contó que el claustro aún conservaba casi íntegra la biblioteca y que en la misma, tras muchos días de aburrimiento entre latines y misales, había encontrado un texto manuscrito, con letra clara y redondilla y firmado y signado por un tal Modesto Lafuente en 1838.



Héroes anónimos, ante un bombardeo.


Héroes anónimos.


Héroes anónimos, en Madrid.


Héroes anónimos.


Héroes anónimos, a su paso por Le Perthùs.


Héroes anónimos. Madrid, 1936


Tras la lectura del escrito, intitulado según parece y creía recordar “Florilegio de hallazgos y curiosidades de la antigüedad hispana en la biblioteca de la Real y Serenísima Abadía de Guadalupe”, o algo parecido, el autor (años más tarde confirmado como asentado historiador de los hechos de nuestros mayores) hacía repaso de cuanto de anecdótico o extraño encontrara en los legajos en pergamino y encuadernaciones en reseca piel de cordero que se hallaban en los anaqueles del centenario edificio. Y entre ello, Anselmo pudo leer y memorizar, para más tarde remembrar con Ernesto, algunas de las peregrinas alusiones al libertador caudillo lusitano-vettón Viriato trascritas por Lafuente tras toparse con ellas en originales arábigos, que a modo de traducciones del latín de un ya perdido para siempre libro de Apiano, el historiador pudo leer y nunca más volvió a hallar, ya que Don Modesto fue preso por giris cristinos o isabelinos de Cáceres al inicio del mil y ochocientos treinta y nueve al ser confundido con un agente carlista del general Maroto. La captura del afamado “espía” fue celebrada por los guardias isabelinos con la quema de su material de lectura, y el acaso sólo salvó inadvertidamente para extraños y propios el Florilegio, que quizá hubiera debido por su falta de mérito ser canjeado por cualquiera de las antiguallas que se convirtieron en flamante tea.


Anselmo pudo leer en las letras de Don Modesto que Viriato, a diferencia de otros muchos caudillos lusitanos y vettones, no fue incinerado por sus clientes y adeptos sino que, armado y pertrechado, fue sepultado en secreto en una cueva de considerable amplitud bajo una enorme laja de piedra granítica junto a una loma en las cercanías de una elevación llamada Monte de Venus, en aquel entonces ignoto paraje de paradero desconocido.


Entre conversaciones varias centradas en el misterio de la tumba de Viriato y en su alucinador ejemplo como un Espartaco celtibérico y adalid de la lucha contra el imperialismo de la época, y tras escaramuzas frecuentes y graves heridas en el frente, Ernesto –con un cascote de granada en la rodilla— vio desvanecida la pista de Anselmo pues fue evacuado a un hospital de Ciudad Real, donde hallado por su padre, también Ernesto, quedó integrado en un Batallón de Ingenieros, el 36º de Obras y Fortificación. Perdida la guerra y el progenitor, Ernesto nunca volvió a cruzar los pasos con Anselmo en sus largos años de penar por las prisiones y los batallones de forzados del General, hasta que la casualidad quiso que tras una larga pausa de mutuo asombro por los insospechados surcos que traza el tiempo en los semblantes, se reencontrarán y reconocieran en un humeante bar de Hinojosa de San Vicente en los años 70.


Anselmo contó a Ernesto que vivía en un chozo ubicado en un lugar de difícil y casi críptico acceso, en una parcela que un vecino apiadado de su solitaria miseria le había cedido, la cual se encontraba a mitad de camino, o no, quién sabe, en un cuadrado o trapecio virtual que pudiera tener como vértices los pueblos serranos de El Real, Castillo de Bayuela, Garciotún y Nuño Gómez, todos ellos toledanos. Y le dijo que, sin oficio ni beneficio, su único horizonte desde hacía ya veinte años era la búsqueda, sin descanso y sin fruto del sepulcro del lusitano. Anselmo y Ernesto, de tapadillo, vertieron lagrimas por los muchos camaradas ausentes y murmuraron viejas canciones ácratas mientras refrescaban tinto peleón de Lucillos. En el interín, Ernesto se cuidó de que Anselmo comiera (muy desnutrido estaba el aprendiz de Schulten) y le donó el peculio íntegro que en ese momento portaba en el monedero.


Y ése fue el último día que pudo ver y hablar con Anselmo, ya que el iluminado desapareció como sal en día de lluvia y nunca más se dio con sus huellas, a pesar de recorrer Ernesto para su localización los mesones y bares de toda la sierra de San Vicente. Y el misterio continuó hasta el inicio del año 2004.


En febrero, Ernesto recibió un aviso del juez de paz de El Real, el cual portaba una caja con una urna y un sobre cerrado a conciencia. La urna contenía las cenizas del loco Anselmo, encontrado muerto en una cuneta de la carretera de lleva a San Román desde Hinojosa. El sobre fue abierto por Ernesto en la intimidad de su casa solariega de Cardiel, junto a la presencia de la abuela Otilia, siempre reconfortante por la tristeza del fúnebre momento. En su interior se encontraba una medalla al valor en acción de guerra con la estrella roja del Ejercito Popular de la República, un trozo de un mapa de carreteras con un lugar de la sierra marcado con un punto o más bien un agujero, y una antigua moneda, de un tono verde herrumbroso, liada con varias vueltas de la cinta tricolor de la medalla. En su única cara visible pues el reverso era un manchón indescifrable, la moneda reflejaba claramente la silueta de un verraco, en todo punto igual o similar al que hoy mismo puede contemplarse en la plaza de Castillo de Bayuela que se encuentra junto al Club de Pensionistas.


Y aquí, Ernesto calló en el relato de su historia, sobrecogido por el recuerdo del amigo desaparecido y de tantos y tantos otros que se fueron quedando en las fosas y entre las rejas de un país convertido en gigantesco penal. Y permaneció largos minutos en silencio entre un mudo y contenido llanto, que fue respetado por grandes y chicos en abierta estupefacción.


Héroes anónimos derrotados, hacen su entrada en Francia.


Héroes anónimos, expatriados. Barcelona 1939.


Héroes anónimos derrotados, hacen su entrada en Francia por Le Perthùs. Febrero 1939.


Héroes anónimos.

Al poco, el autobús frenó, y Ernesto, descorriendo el telón frontal nos invitó a bajarnos en mitad de una nada irreconocible que, entre monte bajo, chaparral, encinas y retamas, decoraba nuestro nuevo escenario. Sin decir palabra y resollando por el esfuerzo, el abuelo Ernesto nos invitó por medio de perentorias señas a seguirle por una trocha deslavazada que se adivinaba en el terreno. Anduvimos más de veinte minutos a través de hondos regueros y empinados cerrillos, en una orografía ciertamente difícil, entre protestas de los chiquillos y sorpresa de los mayores, que se veían obligados a superar con espíritu deportista los numerosos tapiales de piedra de la zona con los que nos cruzamos. Ante el asombro de todos, tras un velo de retamas y bajo el natural dosel de una espesa arboleda de encinar nos encontramos con una gran piedra en forma de gigantesca boina y rodeada de pequeños brotes de chaparros. Tras recorrerla en todo su perímetro, seguimos al abuelo Ernesto hasta uno de sus extremos. Agachándose, procedió a apartar una mata de chaparro seco y desgajado que en él se encontraba y nos ofreció a la vista un sombrío agujero de poco menos de un metro de anchura por el que con obediencia casi religiosa y en medio de la máxima quietud, fuimos bajando a una profundidad inmedida entre el estupor y la parálisis general, alumbrados por las escasas candelas de potencia de los focos portátiles que llevábamos.

Y allí, mudos de espanto, pudimos contemplar un amplio espacio en el que, a modo de gruta natural pero reforzado en sus límites exteriores por gruesos sillares de piedra trabajados por el hombre, en su centro exacto se hallaba un sepulcro de piedra serrana, horadado antropomórficamente, sin tapa ni losa que lo recubriera. Viejos caracteres, similares pero no del todo iguales a letras latinas, horadaban los laterales del rústico sarcófago y en su interior reposaban los restos humanos de un antiguo guerrero, recubierto de cotas de planchas de hierro y yelmo de bronce, armado con la corta espada ibérica y protegido con un pequeño escudo circular que parecía estar amarrado a su torso.


El caudillo lusitano o vettón, pues de Viriato se trataba naturalmente, dormía el milenario sueño de los que dignamente y con honor habían luchado por la libertad de los suyos. Por ello, en perpetuo sigilo y con la máxima reserva, todos fuimos a rendirle nuestro homenaje y pleitesía, sintiéndonos extrañamente transportados entre neblinas espirituales a un lejano pasado que se nos hacía a cada momento más cercano y perturbador.


Entre la general omisión de la palabra y la parquedad de nuestros movimientos, nadie se alarmó cuando, emocionado, el abuelo Ernesto procedió ceremoniosamente a depositar el jarrón esmaltado, en realidad la urna funeraria con las cenizas de Anselmo, en el interior del sarcófago, entre los pies esqueletizados del rebelde. A continuación, tomó la guitarra, su propia guitarra, y la reclinó a la vera del sepulcro para de seguido extraer del interior de la caja de linternas una fina placa de mármol negro huecograbada, en la que pudimos leer y reconocer de un somero vistazo algunos de los versos de su “Canto a la Sierra de San Vicente”. Enlazados todos en un encadenado abrazo, algunos sollozábamos y otros, sobrecogidos, sonreían con incontenible euforia.


Tras unos minutos de recogimiento, el abuelo nos hizo salir, despacio y calmosamente y allí, en el exterior, a la sombra de unas encinas cuyo número, tamaño y localización no sabríamos marcar nunca en un mapa, allí el abuelo sacó del bolsillo de su abrigo verde de caza una pequeña botella de vino. Escanció un poco sobre la laja curva de piedra, otro poco junto a las cepas de las encinas protectoras y otro en el coleto de su garganta y tras ello, brindó con voz queda y entre lágrimas: “Por el héroe, por Anselmo, por los míos, por los amigos ausentes, por todos nosotros………”.
Volvimos a colocar la seca mata de chaparro ocultando la entrada y todos colaboramos en buscar más ramaje que pudiera ocultar las trazas de nuestras huellas. Hicimos el camino de retorno en busca del autocar del ¿rumano? con alegría pero en medio de una general circunspección que sólo ocultaba lo abrumados que nos sentíamos por convertirnos en los custodios de tan gran secreto. Ese secreto nunca hasta hoy ha sido revelado por ninguno de nosotros y sólo un consejo de familia ha permitido la difusión de su contenido.


Ernesto Sempere Villarrubia –poeta, escritor y compositor-- falleció en Cardiel de los Montes (Toledo) el 13 de enero de 2005, rodeado de los suyos. Todos nosotros, y ante todo nuestra madre Otilia Luján Cuadrado, nos sentimos orgullosos de los protagonistas históricos o inventados de esta narración, quizás imaginada. El recuerdo vivo de nuestro padre y marido Ernesto es el vínculo que nos une al pasado sin rupturas y sin etapas, con plena conciencia de su imperecedera permanencia en el presente. Porque en él está vivo, ya que reside para siempre en nuestra memoria.


Post Scriptum: “La memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados”. Jean Paul Richter